lunes, 7 de diciembre de 2009

Sweet Lowdown




Había una luz a lo lejos,
una hoguera de cobalto
y un ancho pasillo
que delimitaba la vida
a dos vertientes
entre el resto del mundo
y nosotros.
Emmet había sonado tan bien
como en los años 20
y yo no le conocía.

Se sentó y me contó
que no dejó de mirar
durante 10 minutos
la banqueta de esparto del cabaret.
Yo le dije que esa mañana
había visto morir un payaso.
Era como un niño
que guardaba sus monedas
dentro de un gran panal de violetas.

Aquel hombre pensó que era viejo,
que ya no valía para volver a sacar
del baúl los trucos de hace años
y que hacía sonreír a una explanada de desconocidos
y todo estallaba abruptamente.

Hundió la cabeza entre sus rodillas
y murmuró:
-"En algún momento,
alguien ha apagado la luz de este camerino,
se han llevado mis espejos.
Ya no sonrío".

Salí,
afuera la gente celebraba la navidad
en la calle
y me giré para sonreírle por última vez
desde el final del pasillo.

Cerró sus ojos arrugados
y me intentó convencer:
-"Todavía tengo algo que decir.
El cáncer va lento pero seguro.
Yo también".

Aquella noche me pareció
ver por segunda vez a Chaplin
después de tantos siglos de imágenes.


domingo, 22 de noviembre de 2009

Quemadura


Hay que hablar,
hay que hablar de punta a punta,
conservando la inmoralidad de unas horas
que ha encanecido las almas,
las buenas añadas
de las aproximaciones
de sexos que incluso no se conocían
pero se vertebraban
esperando escapar
una vez que la sangre saliera a borbotones
de las arterias
y el tiempo de la huída fuese un retorno
y una maldita queja
en los meñiques de los que quieren escribir.

Se ha arrebatado el espíritu más noble a las palabras,
Las putas han jodido con putas
Y en nombre de la santa razón y de las togas de despacho
Se han llevando a las mentes más vírgenes antes de
Empezar a quebrar su vida
A los callejones vaporosos y puteros,
Mostrándoles el incesto y las manos,
Pugnando por ser especial
En un décima del universo
Que no ha aprendido su lección de ser.
Posiblemente por esto y aquello
Somos los hijos, los hermanos
de una gloriosa civilización violada.

Las mujeres de la calle han asumido sus errores.
Pero el traspiés no está en las calles.
Se han hablado de ‘cometer’ verdades
Como si las personas
Se parapetaran tras sacos de harina
Donde la luna cabe en un molar mellado
Del que brotan nuevos dientes
Cada mañana.

La condena ha tardado siglos y siglos de papeles.
Y, más aún, tardará.
Y siempre será la misma.
El mismo tono,
Los mismos acentos,
La letra compuesta,
Los chicos que salen de la facultad
Enamorados de su primera novia
Dispuestos a hacerse un mundo
En una agarrotada dentellada
Y a apartar al otro mundo.

En momentos como éste
No puedo evitar hablar solo,
Porque quién lo hace,
Decía el poeta,
Hablará un día con un tal Dios,
Que a estas alturas
Debe de ser un señor acorbatado
Mirándonos,
Sin alzar la voz
Que quiere que nos preguntemos
“muchacho, por qué no has pensado
Qué caducidad tiene la fidelidad de la infidelidad”.
Y solamente así, creo,
Descubriremos parte de hasta dónde llega
La noble calavera de nuestra alma demoniaca
y nos tomaremos la última dulce copa
con esmoquin
como nunca antes lo habíamos hecho.



jueves, 19 de noviembre de 2009

Cuerpo a cuerpo


Hoy es un día tibio
Y yo creía conocer
La forma en que la humanidad
Toca un cuerpo desnudo.
Hay flores de barro sobre las losas de madera
Y comida en la encimera,
Labios sobre el parqué de la sacristía
Del pequeño piso del ateo.
Afuera, la vida animal
Sigue siendo una bestial rama seca que murmura
Y pasa sin darse cuenta
Junto a la esencia que tienen las caderas
De una mujer que se escapa
Por la puerta en un café de otoño
A media mañana.
Bebo un pequeño sorbo
De la taza robada
Y paso junto a las puertas de los trabajos
Que tienen impresionadas
Las caras de la gente esperando una receta
Tras los cristales,
Un consejo,
Una palabra savia,
Tal vez, una prolongación de su mismo ser.

Todavía no me he movido de mi asiento,
Pero ya estoy lejos de las frases
Y de aquello que a uno parece acercarle
Al resto, al común, a la masa,
Cuando se orillan las cenizas
Del cigarro que se han caído junto al café.
Puedo ver cómo se encorva
Un licor perfumado sobre el aire
Y hace sus bosquejos
Y tala de ideas
Y se traga las gargantas.
Hacen lo propio campesinos
Que van cortando lentamente el talle de la hierba
En una tierra lejana
Y nadie dice nada de su calamidad.
Doy una larga calada,
Serpenteo el plato con las yemas
Como buscando un mundo que quiere cerrar su círculo
Y cada día me digo
Dónde estoy y para qué.
Me parece que es un movimiento sensitivo
y puramente instintivo
que he debido de encerrar con llave
en un momento que no me es cercano.
Hay una voz que se mezcla al salir a la calle
Entre ropa y aceras
Y dice reconociblemente: ¡migajas!
Le pido que cierre los ojos
Aunque me supone un esfuerzo mayúsculo
Dirigirme a unos labios ajenos
Que empañan el mediodía.
-Suelta las palomas,
Viértete,
Pero convéncete de que yo ya no soy aquél,
La descabellada revolución del tormento,
La pequeña nave de cuco,
La ventanilla en la estancia abuhardillada
.

No importa, no hay respuesta.
Ha sido un buen mendrugo de sonidos separados, pienso,
De letras que parecen dormidas
Y nos habitan
Y un día vuelven a no querer abandonarnos.
Y me las he quedado,
Las he poseído por un momento
Y he sido su único gobernante:
Sólo yo las he escuchado.
Creo que todavía hay un cuerpo caliente
En alguna habitación de pensión
Que me llama a pesar de su niñez acumulada
Y que ha mandado al traste su coraje
Y su orgullo.
Me imagino un cuerpo que debía de conocer
Y ya, al cabo de los años, el tiempo ha pasado sobre él
Sus manos de amianto
Y ha puesto el tatuaje del sexo en sus labios.
Ha sembrado una hilera de membranas de saliva,
esa tinta estentórea,
el secreto de las abadías en tus límites.
Ya, ya lo sé,
En fin…
Dos cuerpos que no se recuerdan,
Dos rostros, de antes, al revés, frágiles, demasiado,
De memoria.
-Hay trabajo en el establo.
Despierta de este manso sueño
,
Dice otra voz a lo lejos.


domingo, 8 de noviembre de 2009

Hoy, palabras


El descaro, la incertidumbre, el empaque, la sobriedad, la tiesura, la gentileza, el desengaño (y su muera el presente) el cortijo y el cortejo de lo que miras y no te mira; la hambruna, la sequedad, la tibieza, el viejo camastro de 60x90 con sus raíles torcidos y sus costillas astilladas; la sopa de agua que no sabe más que a agua.

Nada es vano, todo, ójala, fuese vino, que fuese por delante, transcribiendo nuestra histeria, como unas gotas derramadas en un mantel de un diminuto estudio a rayas, dulcemente amargo, que cubre su futuro y nos dice 'vete a dormir chaval, el mundo seguirá aquí mañana y tú, quizá, no'.

lunes, 26 de octubre de 2009

Tierra tallada de arrugas


El hombre siempre
debe conservar un sentido trágico de la vida.
Aunque a veces
Sea producto ajeno,
Artificio,
Invención,
Cáscara;
Un pensamiento reposado
De otro,
Del más allá,
De la tierra quemada
Que brama en los bosques:
-¡por qué acabasteis con esta paradoja
Dándome mis hijos
Otra vez
Con un tiro en la nuca!

domingo, 25 de octubre de 2009

Él


Las manos, siempre
Las eternas manos abrochando
Los botones de tu abrigo,
Escogiendo cuidadosamente
El momento para suspirar
Y volver a coger fuerzas
Ante la tila hirviendo.
Tomando la risa confidente
y pronta,
Prendiendo el periódico arrugado.
La sobremesa,
Tu pequeña cuartilla,
Tu bolígrafo usado,
Tus pasos comerse otros pasos,
Las calles a punto de gritar ¡basta!
Tus grandes gafas redondas,
El París de tu infancia,
El pueblo castellano donde tu madre se crió,
La hoja caída sobre el borde del plato manchándose.
Las migajas, de qué…,
Qué pregunta,
Ahora eres “fue”,
Ya no “tú”,
Ya no serás “usted”.


jueves, 22 de octubre de 2009

Al trabajador caído


Tocó su pecho
Y le dijo:
-¡Tienes el alma mojada, muchacha!
La mujer calló
En una remota gruta de sonrojo,
Abriéndose paso a paso en su despertar
Ante el cuerpo desnudo
de su pareja,
Entornando fugazmente
sus ojos,
como el toro
que es apuntillado
al filo de su cornamenta
y deja escapar su cansado bufido
en su último ruego
y en su último ruedo
frente a la puerta del albero.

-Cuida de mi hijo, le dijo,
Poniendo su mano ruda
Sobre el vientre caliente.
-¡Parece una hoja seca caída,
Una hoguera en tus labios,
Y lleva el eco del futuro,
El porvenir de un hogar
Todavía en la forja.

-Volveré esta noche
A pisar nuestra cama
Y te arroparé
Como hacen los pueblos del camino
Con los viajeros
Al subir la empinada cuesta.

(La muchacha callaba
Y en su vientre coleaba
Un rumor de ventanas
Y puertas abiertas
Dejando salir el frío
A través de los barrotes
Y un cante que se ahogaba)

-En la madrugada,
Cuando me has de ver venir
Y no venga,
Estaré cerca de ti ya
Para acostar a nuestra semilla
Y veré tu inocencia y tu libertad
Correr sobre el minutero
Y saltar de la cama de la madrugada.

-Déjame que te cuente lo que será:
Un chiquillo correrá sobre los vasos vacíos
De la encimera,
Las tazas ardientes de café
En la cocina
Buscarán más bocas que besen con unos labios
Sinceros, abiertos, locos e imprevisibles.

-Te dejo un legado que todavía
No he empezado a delatarte
Cuando aún faltan unas horas
Por volver a unir mi pecho y el tuyo.
Te apoyaré en la cama
Como se recuestan los animales
Curiosos en el regazo de sus mayores,
Sepultaré un amor céntimo a céntimo,
En segundos,
Por si algún no regreso.

Aquel hijo años más tarde
Vio en el alto espejo de casa sucio
Y malherido
El ritmo de una canción
que encadenaba el aire
sobre compases negros,
notas monocordes
que hablaban
de unos pasos que extraviaron
sus palabras y su olvido.

No volvieron a verse
Pero el recuerdo aún flota,

Lejano,

Hallado,

Visible,

Certeramente cierto.


miércoles, 21 de octubre de 2009

A gotas


Aquí todo es viejo,
todo es luz,
todo es hambre de calle.
El trigo no llega,
no respira,
no vuelve a querer salir
de una tierra empolvada
como un folio,
como la soledad de un papel
frente al abismo
que refleja un rostro
que no es más
que un renglón torcido.
Buenas noches, padre.

martes, 20 de octubre de 2009

Cuentas pendientes II


Hoy hemos vuelto a hablar. Hace tiempo que no lo hacíamos. Es un buen hombre, pero entre nosotros hay una barrera simple que no sé delimitar con palabras. Mi padre es un tipo noble y bonachón. Desde que tengo ciertos recuerdos ya no meramente vagos, concibo su tripa salir por el pantalón apretado con un cinturón de cuero que parecía estallar. Es un hombre hecho a sí mismo: trabajador y peleón al que la vida le ha dado cien puñetazos. Siempre a la sombra de una familia, al cobijo de la nada unida en hermandad, un hermanamiento falso.

De la misma manera que tengo su recuerdo a 2.000 kilómetros siempre presente, aunque evitemos hablar, y, cuando lo hacemos, la conversación no adquiere un carácter elevado, tengo grabado en la mente los 15 años y los 17. El verano y el otoño de los 15 años en que su caso estaba sobre la mesa de la cocina del sótano: Francisco Javier López...Archivo número....A mis 15, nos desahuciaban, mi padre iba a la cárcel y yo no era capaz de asumir nuevas responsabilidades. Estaba bloqueado.

Mi hermana tenía cinco años y, aunque la vida traía problemas como el carro del heno del Bosco y es una comparación fácil, a juzgar por cuando vi aquel expediente o informe y luego, tras pisar la cocina, podía ver la infancia de mi padre en sus ojos. Era un película con subtítulos. Y en braille. Aquí siempre me acuerdo de Emmet Ray, el tipo que se iba a descargar su pistola a las vías del tren, un personaje cinematográfico, crudo y tremendamente real parido por Woody Allen.

Él era el perfecto cabeza de turco pero supo salir adelante. Le tomaron el pelo, hincó la rodilla y se levantó. Nunca nos hemos dicho demasiado. Siempre lo hicimos más con lo que no hicimos y lo que vimos cada uno en nuestros gestos y caminar. Sigo creyendo que es un totem por la forma en que evitó la cárcel y luchó por su familia.
El hombre alguna vez debería de intentar escrbir una pequeña lista con los valores irrenunciables y ponerlos un precio como hacemos con tantas cosas materiales que usamos y tiramos en la cultura del take away.

Nunca, jamás, me puso una mano encima, y estoy en deuda con el carácter demoniaco que me ha inoculado. A mis 17 lloró como seguramente lo había hecho en la soledad de una noche que se comía sus sueños en el pasado, en la oscuridad de unos hechos que era cruelmente presente y se perdían en la ceguera o en el insomnio. Pero todo estaba más vivo que nunca y no hizo falta mucho para darme cuenta de que aquel momento era un punto de inflexión en ambos. De alguna manera, era terrible asumir su reflejo. Ver lo que había sido. Ver qué había sentido. Y lo hizo frente a mi, en una furgoneta atestada de cosas de trabajo: papeles, herramientas, guantes, notas de aviso. Aquello prefiguraba un carácter, aquello determinó mi línea. Era todo lo que uno puede buscar, un referente en el que creer más que un Dios cuando las circunstancias le hacen ser ateo. Esa noche se pararon mis sentimientos y escrbieron un cero a la izquierda.

Con el tiempo, viene a mi mente Sandra, una chica que conocí tras algunas copas en la Soleá, la Cava Baja. Ya se encuentra bien, puede dormir por las noches. Sé que se encuentra bien porque he visto que ha encontrado a alguien. Necesitaba hacerlo. La televisión ya no es su riego sanguíneo para poder conciliar el sueño. Me imagino al novio de su madre pegándola en un rincón cientos de veces, tantas como ella no me había contado pero tantas otras como cuando ella se encogía como un vientre embarazado y entornaba los ojos a la velocidad de la luz. Tal vez tenía miedo a la velocidad, o a la propia luz.

Aquella mujer tenía mucho miedo. Un miedo encerrado en el tiempo, en las cavernas. Podías ver en sus ojos una paloma que se queda sin tinta para poder escribir la última carta a quien está fuera de un penal sin pena. Nunca antes pude ver en alguien la expresión "se han secado mis ojos" con tanta crudeza. Pero creo que encontré a alguien bueno. También mi padre. Aún sigue golpeando y dejando atrás enemigos. Nadie deja que le pise, yo tampoco. Eso intento con los años. Se lo debo, al menos.

Cuentas pendientes


El jefe (los jefes) siempre necesita
Un clon para el sonido ambiente,
Una risa expansiva,
abstracta, cóncava, obstinada,
Donde alojar los casquillos de su munición.
El cuarto, el sótano de atrás,
Es donde las personas como yo,
(y no hablo por otras personas),
Con nombres inservibles,
Y hablo bien advirtiendo también
La utilidad de un ser que se nombra
Como una epopeya,
Como la historia contada frente a una hoguera
De risas en cenizas,
Como un buen maridaje que sólo se balbucea
Y no se pronuncia,
Buscan su sitio.

Es ahí, donde el sendero se abre
O parece descubrir algo diferente
A lo antes percatado.
Para mí,
en mí.

Son en las miserias de los hombres silenciosos,
En los bajos fondos de la condición humana,
En sus lastres acordonados,
En la anorexia,
En el suicidio de una mente hemipléjica,
En la mano silente de los pobres,
En los barriles y cubas vacías de locura,
En las hileras del cielo,
-Más allá del cielo-
Donde suben a tocar la parra
Unos dedos hambrientos y locos con la punta
Y en las barberías que diariamente veo
Que se afeita la sangre a láminas…
En todo eso,
Y en algo más que mi sinrazón
No apura
Es donde me siento conforme con lo que soy,
Para lo que soy.

Y en donde habita la pequeña esencia de un hombre-átomo,
Que orilla su carrera y mira de lado,
Que rebusca en la basura de sus cavidades,
En el altillo de sus pesadillas
Y lanza golpes al vacío aplacado,
Mientras coge lentamente un aire
Que le vuelve a poner sobre un combate
que perdura mansa y eternamente.

Ya, ya es hora, de darte el último directo
Y vencerte sucio fantasma,
Y que caigas a una lona inmunda
Porque tú,
Al que no puedo nombrar como noble adversario,
No vas a poder liquidar mi tristeza:
Te falta algo más,
Un escalón que no vas a subir
Con un talonario escrito en la piel,
Para hacer brotar algo que caiga
De este cuerpo indeleble
Que no va a borrar su huella,
Como el barrio nunca borró la mía
Ni su cicatriz.

Olvidas algo importante,
Y es la historia
De un pueblo común
Escrita sobre historias comunes,
Impresionada con un sello al rojo vivo
En los ojos, en la mirada atravesada,
De la histeria
Como un rugoso billete usado
De hace cien años
Que se resiste a desaparecer.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Maravilloso


En la foto que tengo en la cabeza se ve a un niño contando alfileres o eso me parece. Ves (puedes apreciar sus movimientos) como sus pequeñas manos se encogen y van clavando uno a uno sobre estacas de maderas. Uno piensa que es imposible y que se le doblarán al entrar en contacto con la dura superficie. Pero el sigue con su trabajo concienzudo de alquimista moderno en este día ciego de luz solar tallando las venas del árbol sobre aquel estanque de gente arremolinada a su alrededor.

No mira a otro lado. No. Sientes como él puede saber que estás ahí, observándole, pasando tu mirada por sus harapos y bolsillos remendados, viendo como se mueve su diminuta bandolera al compás de sus brazos y golpea sobre su cadera de hombre diminuto. Ese mismo compás, música, instrumentos y sentimientos de los que hablas son los que para ti son imperceptibles en el momento en que te hallas parado y dices : "espera un momento, hay algo que se me escapa". Es curioso pero a veces hablamos sobre cosas que no atienden ni a una realidad directa ni cercana pero tienen un nombre y manejan un referente universal que, sin embargo, no sabemos describir o vestir de corporeidad.

Pero estoy en la acera viendo al chaval ceniciento del siglo XXI, el mismo hombrecillo de las grutas de hace milenios y no tanto años, pero sobre otra ciudad y sobre otra centuria. Y estáis cada uno en otro mundo, en otra galaxia alejadas por unos pasos. Y todo porque aquel niño injusto quiere. Porque sabe de tu presencia sin alzar la cabeza y conoce su ausencia hurtada. Porque sabe que la gente a veces deja caer sus moneda al aire y sobre sus rodillas y no sabes si cuando se levante, las recogerá. Si las querrá, si simplemente atenderá al tintineo del cobre como el pastor de provincias ve la caída purpúrea del día sobre la hierba mojada entre olivares.

Tiendes a imaginarte al pequeño cuerpo todavía en formación, gestando un desarrollo de tristeza tal vez que irán poniendo piedra sobre piedra a unos miembros que dejarán de ser mendrugos de pan mohosos y rumiados.

Sacas el cigarro, cliqueas tu encendedor, te echas para atrás tu chaqueta y metes la mano en el bolsillo para esperar algo. Das una larga calad y dejas que el humo te invada la cara, que los segadores de turbante blanco vengan a anestesiarte con una bajada de tensión. Y piensas, sí, "esto es lo que necesitaba, un buen cigarrillo a mediodía en plena calle". Entre las estatuas de cera que cobran vida.

En esos momentos la vida parece maravillosa, un pequeño legajo de azulejos encriptados antes que se abren ahora. Ves el peso de los cuerpos de las personas y, digo bien, ves. Su balanceo, sus absurdas carteras y risas pagadas con un billete de 20 sin cambio en el quiosco. Y también el propio tonelaje de esos mismos cuerpos repartiendo su música en las baldosas al ritmo de una orquesta muda que oyes pero no la reconoces. Una perfecta sinfonía que pone la directa y fija la hoja de ruta mientras vuela el humo de mi cigarrillo entre los portales de la muerte.

Es una maravillosa suerte ésta de muerte, una grandiosa meretriz, creo, con los pintados del polvo de la purpurina. La reconozco porque a veces me da por imaginarme que es como nuestro padrino de labios carnosos pintados, que te da dos besos y te coge con sus pulgares tus mejillas. Pero no te hace daño, te avisa con su mirada, te besa y te ofrece su mejor sonrisa para que tu pienses que cuida de ti. Por algún motivo, no sabes aguantar su envite con los ojos.

Te vas y vas viendo que en realidad no importa la calle, ni el momento en sí, ni la hora del día en particular, sino que tras una pausa meditada se recobra el sentido. Quizá el sentido en las trincheras de las que hablaba Saint-Exupéry, ¿recuerdas?
Era algo así en cada frente como:

-Tomás, ¿estás ahí?

-Sí, ¿qué quieres?

-Hace una noche preciosa ¿eh?

-Sí, pero duérmete anda, que si nos ve hablando tu sargento y el mío, van a pensar que confraternizamos con el enemigo..

-Buenas noches.

-Buenas noches.

Por supuesto, es una reproducción parafraseada pero ésta era su esencia.

Dentro de unos días todo ello, incluido el chavalillo, será un vago recuerdo que dejará paso a otros que llegarán y éstos otros saciarán su vuelta al presente de invenciones e imaginaciones nuestras. De artificios mal logrados, vaya, que tenderemos a elaborar una y otra vez con el paso de los años, como un discurso que se nutre a sí mismo.

En cualquier caso, estoy sobre esta vía y sobre el punteado escritorio con el papel y el bolígrafo y pensé que debía de contártelo. Aquel niño ha levantado la vista en mi mente para dejarme ver sus ojos blancos de Atila entre el humo del tabaco quemado. Estoy en la acera pero en cualquier cárcel horrenda, saboreando la comida de ayer. Hoy es también uno de esos días en que puedo escribir que vi un pequeño 'corto' de la catástrofe de una sociedad que no admite el perdón a veces y sentí un pánico atroz por no poder aguantar su mirada. Tal vez era la mirada de aquel chiquillo solamente. Tal vez.

Y me pregunto llanamente de qué cojones va todo esto. Cuál es el sentido que debo de buscar en el cajón abierto. Cuál es el que mejor se amolda a los pasos que voy a dar, errantes o no, en esta ciudad enorme en su apariencia grandilocuente y porqué. Pero tal vez sea todo esto más sencillo, pienso, mientras camino bajo la barbilla de las farolas que parecen un ejército de cerillas pasando revista. Lo cierto es que me parece algo magnífico la contradicción. Ya sabes aquello de que el neurótico es aquel que no sabe afirmarse en las dos realidades de la ambigüedad. O reconocerlas.

Me meto en el metro creyendo que esta ciudad es una balsa de aceite para cuando uno quiere. Pero, otras, también es una mujer violada entre cuatro chavales quinceañeros a los que se les fue la mano una noche con la bebida y la cocaína y pusieron sus piernas sobre el capó de un coche de segunda mano abandonado mientras veían su boca abierta sin grito y reían sordamente al acorde de la música.


martes, 22 de septiembre de 2009

Dónde


Dónde pasaré mis dedos
sobre las tapias
en que te fusilaron
y te borraron súbitamente
unos labios de seda
que a mi me hacían pensar
que el infierno
no debía de existir
a cielo abierto
ni cercado por cualquier muro.
Dónde, prematura suicida.

Dónde.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Tu parada


Las putas han venido a abrirme las venas en un día de otoño en la ciudad abierta y sin lamento. Lo que más echo en falta es que alguien con el nombre de Platero camine junto a mí. No importa el nombre de Platero en realidad, pero esas mismas señoras de saldo y esquina son las que me convencen de que mi tristeza no tiene un precio.

Necesito un compañero más que a mi bebida y mi lápiz a las cuatro de la mañana que sepa decirme ‘no’ en un arrebato jadeante. No a las bocas que siembran las avenidas de la muerte; no a escribir poemas a los labios que habitan sin llave en el hostal; no a la callada inocencia que espero que rescate la mujer que se mete en el vagón de metro. Es tu parada, te bajas en el centro. Y no eres puta.

Más allá


Una vez escribí un pequeño cuento que empezaba así: “Chinaski, muerto; Hemingway, muerto; Dos Pasos, muerto; Picasso, muerto; Modigliani, muerto; ¡YO ESTOY MUERTO! Me tiemblan las manos bajo un cielo abigarrado e imberbe. Todo el mundo se ha ido a la tumba, a enterrar a los suyos en el reformatorio y a ponerse sus camisas de seda que aprietan más que la locura”.

La profesora de literatura me llamó la atención por el relato. Me miró y dijo algo así: “eres muy joven para escribir estas cosas. Aunque no está mal escrito, no procede. No puedo aceptártelo”. Me quedé callado y me senté en mi silla con aquel trozo de cuartilla.

De camino a casa, no dejaba de decirme que era imposible contarle a aquella señora educada como a mis 14 años un rayo me había cruzado el pecho en forma de quemadura, alcohol e incienso.

La mujer del barrio de la che


Perdón por la línea muda. Por los dientes picados sobre las comas. Por los signos de interrogación sobre las vocales. Por todo lo que tenga que nombrar y mis abarrotadas manos de sin razón no sepan, no quieran. Por los viajes, en los cáñamos de las playas, donde estén; por los reyes a destronar sobre balsas migrantes; perdón, otra vez más, porque hiciste en mi, amén, un mundo mejor y no supe gobernar.

Los soldados y los niños mueren en Kabul; en Herat; hay ingleses tomando té de Ceilán; burgueses de nueva burla y bula papal tomando lenguas de arena y haciendo de la ‘nueva’ civilización un viejo orden; hay vacunas que no llegan para la malaria en África y bocas que a dentelladas también se comen el grito. Por eso mi voz también es una cuerda en la penumbra bajo un viejo sol que se resiste a morir.

martes, 15 de septiembre de 2009

Aquella canción en la taberna San José que me contaste


De los días, y digo días, en que alguna vez pagamos con poemas a la camarera del bar de San José por un par de copas donde aquellos obreros se bebían la comida y se comían los botellines. Tú ya me entiendes hijo mío...

Una mujer me dijo en una ocasión
"mi novio te romperá los huesos"
-"¡No, señorita, que son de leche
y no vuelven a crecer!", le contesté
Ándate con ojo, perversa, monina,
y mira detrás de tu espalda,
allí donde pusiste el orgullo
como el sombrero de paja
para irte a hacer hípica
a la finca de papá,
sin la Mona Chita, tu madre,
perdón, amén.

Tensar


Tiempo.
Mirar al infinito
es el caballo de la ausencia.
La pregunta engreída
riéndose en el patibulario.
La mañana levantada pronta, cordial, sincera,
indeleble sobre una piel de pomelo
abierta en canal que no deja de murmurar
sobre una jodida guerra.

Ayer mi propia batalla
fue levantarme sobre el pleno sudor
y notarme separado de los brazos
abrazando una tortura enajenada,
el cabello de una mujer vieja,
como los viejos soles
que se niegan a aceptar su grito estentóreo
sobre los pasillos de la fantasía arrinconada.

Ayer, sobre el folio, cada día,
donde una mujer que no es mujer
viene a recordarme que sus cabellos
están sobre la cuartilla,
que la verdad,
la propia verdad en que cree uno,
hace dividirse al hombre en su dialéctica:
¿qué soy? ¿qué permanece en mi?
¿quién hace caer los cuerpos sobre las tierras
de los fusilados?
¿por qué estos cuerpos
que viajan como baladas mientras mueren
y mueren y dejan el calor de la sorpresa
como un fotograma?

La mujer acaba de dejar
su vestido invisible
y

cae cae cae

lentamente

de la silla.

Pensamiento


A veces paseo
por esta ciudad andamiada
y torturadora
de la noche,
ya cuando parece que todos
se han ido
a alumbrar sus hogares
con su dicha,
y creo que no tengo otra meta
que darme la muerte.

Pensar que es mejor que caiga
una maceta sobre mi vientre
y pensar también
que al menos es verdad
que en esta ciudad
las cornisas de las que caen
tienen vida.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Aquello


Una más,
otra noche más
en que te nombro
y escribo tu voz
con minúscula.

Me estorbo,
aprendiendo de la claridad lunar
en una noche despejada
que sabe a ausencias y truenos
mendigos y futuro
bajo el toque de queda.

Una vez más,
oídme
todos aquellos
en que, tras un ruego,
huelga decir, perdón, luego,
habitáis las camas con las formas declinadas,
los cuchillos con la sangre de sus enemigos
y las tronas de una vida
que se esgrime
y solloza a latigazos.

Una vez más
la voz es una
y el grito múltiple,
arrinconando a todos los muebles
de la casa en que me hallo,
dejando ver las luces
tras las puertas de madera,
huyendo del despiste
y de las miradas atronadoras,
calentando las manos
que han de nacer
en tu vientre,
en tus senos,
en tu mirada,
en tus caderas de luna.

Una vez más
te llamo para que vengas
a recordarme como me llamo,
cuáles son mis apellidos
de aquel libro adulto
que se desprende cada hoja
de mi pasado
en un barrio chico,
porteño,
donde las generaciones
que han de venir
chocan violentamente
contra un fuego
que habría de encender
cada noche
hasta quitarme tus recuerdos
bajo un beso ácido,
perifrásico,
delatado,
tremendamente fonético.

Una vez más
te escribo
para que venzas mi cansancio,
el tuyo,
o tal vez nada,
pero una vez más
te escribo,
para que me cortes la mano,
para que te marches lejos
de un cuerpo calcáreo,
moribundo,
arrestado,
encajado en una piel de huesos,
y a la vez te quedes conmigo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Residiendo en la reserva


A veces empieza uno escribiendo sin ganas. Otras pueden consumirte los propios demonios y aflojar la paciencia hasta volver a tensar una falsa cuerda. Por lo que no es menos evidente que se termine poniendo las comas y los puntos incorrectos. También sobre falsas íes. Es curioso, pero con el paso de los años te recuerdo más por cómo te vas, que por cómo solías venir. Nadie hubiera adivinado nunca que eras una mujer de no haber sido porque tras tu suspiro redondo y tus labios uniendo sus imposibles parecía cambiarse una geisha tras un biombo sorprendida. Como si la hubiera cogido desnuda en el momento de abrir la puerta y pasar a su salón. Y tengo grabadas tus facciones planetesimales que se diluyen en una imagen lejana. Pero, por encima de todo, tu movimiento de caderas al irte.

Puedo admirar e incluso intentar trazar tu sonrisa con la mano en el espejo, tu sonrisa en una felicidad que casi parecía perversa pero humilde. Es decir, sonriéndome, aunque de eso ha pasado ya mucho tiempo. Pero lo que de verdad me golpea en las sienes unos días sí y otros no es verte alejarte unos metros enfundados en kilómetros, abrir la puerta de tu coche y cómo flexionabas las rodillas para encajarte en la caja de la muerte bañada de color azul que te habría de llevar lejos.

Por eso tengo ese pensamiento juvenil. “Aquel poema de la infancia. Aquellas chiquilladas que deberían de quemarlas”, diría otro firmante. Aún me dura, caídos ya unos meses sobre el calendario. Y creo que por algún motivo lo tendré grabado mucho tiempo. Una franja intemporal de la que ya no es posible hablar con el minutero en la mano. Hay que dictar sentencia así, con el hombro por hacha, con los ojos como grandes zanjas en una Gran Guerra, con los fusiles cubiertos de barro. No es posible, no, hablar de las cosas materiales en un mundo que me ofreciste de siluetas. Otros recuerdos solaparán tus recuerdos.

Y, con todo, dejar el bolígrafo es fácil, al menos relativamente. Alejar el papel, no tanto. Pero no poder decir tu nombre por un pudor crecido en el talonario de un joven casi mamando nuevamente su niñez es algo que me atormenta, mientras me duermo, tal vez en un sueño creado por alguna máquina del futuro, en tu boca en medio de una gran carcajada.

Nada es nada


Echa a rodar y pregúntale:
¿Sabes cómo se escribe tu oscuridad?
-con cientos y cientos de preguntas
Que andan respondiendo a ciegas
“cuál es mi puerta de salida. Cuál”

miércoles, 2 de septiembre de 2009

La mujer que ha de venir


Aquel libro que empecé
escribiendo unos versos
en las copas sedientas de labios azules
Son hoy letras, pergaminos
de una indiferencia disgregada
y hecha añicos
en una ciudad lejana,
arrabalera
con su puerto y su mar azucarado
que construyó sus caderas
sobre los vientres migrantes,
vencidos con un estoque de plomo
por arrojar nuevos mundos
a los ojos
de niños pobres.

Aquella ciudad y aquel libro
que crecía en un palmeral de letrinas,
que dejé olvidado en un café de la Plaza de Bilbao
se llama hoy:
Escritos para la mujer que ha de venir.
Con el llanto justo,
con la lágrima en el costado de las rosas,
sonriendo al deceso de las aceras,
añorada y dejando ver
los terribles corazones
que en ella depositaron
los cirujanos de los amantes
en la noche de su suicidio.

En la noche donde las almas
sueltan las correas,
expulsan sus vendas,
escalan el alto andamiaje
de una madrugada barrida de alfileres
y nos permiten ver,
a escasos centímetros del ocaso,
el fulgúreo cuerpo inviviente
color café
donde la muerte viene
a depositar su reguero de sellos malherido,
sus labios de tinta corrida
en mis labios quebrados de cataratas.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La miel de (más) labios


¿Hay una gran batalla
insufrible que habita
dentro de cada cuerpo velando
por la perversión de los bares de copas
entre otros cuerpos desnudos?

Lo único que es insoportable
es que no hay nada insoportable.
No pido perdón
por las guerras
estentóreas
en que permanecí mudo
con razón o sin ella.

Recuerdo


Todo cae livianamente,
serenísimamente como
una duda inopinada
que asalta a un viajero
en un tren
que sólo transita por la noche
y tiene sus ojos clavados
en el asiento de enfrente
contemplando
la equidad de un gran momento
ya pasado.

Mira por la ventana
y el pulmón de los días
es canceroso,
y el de los bosques,
y el de los campos abiertos
con sus candados de madera.

Todo cae,
cae como un recuerdo borrascoso,
que va a parar
a una copa sin importancia.
Y se disuelve
y parece pequeño.
Pero no es
tan secillo,
se dice el viajero
entre centurias.

París y la escalera de caracol (I)


A veces pienso que llegué a la escritura como por una salvación. Una línea de fuga que no sé a dónde conduce. O por equivocación. Quién sabe. En cualquier caso, sé que parece un trozo de frase cosido, remendado una y otra vez, y, sobre todo, ya dicho. Porque en la escritura, como me decía Migueltón en un café de Bruselas cerca de Schuman entre cervezas, risas y algún que otro guiño a la camarera búlgara (¡ey corazón!), a veces parece que ya está todo dicho. Que ya han sido otros los que han tenido o bien el valor o más bien la inteligencia o, quizá en mayor medida, el oportuno tiempo y la brevedad para disparar donde había que hacerlo. Y todo esto no sé porqué me asalta un día tras otro fugazmente pero tiende a cobrar la forma de una materia unida y pesada de la que hablaba Félix Grande.

El caso es que a los textos y a los poemas a veces uno llega también como tropezando con ellos sin remedio. Y de ahí aparece de la nada, casi de manera inmediata, la apreciación del hombre que no mira por dónde va como una gran rueda dispuesta a aplastar a quien se ponga por delante. Y su escritura. Así, sin más.

Con las ciudades me pasa lo mismo. Y, en la mayoría de los casos, me limito a tenerlas ahí en el viejo cajón, aparcadas, hasta más ver. Un día escribiré sobre ellas en profundidad. Hoy no.

Pero ahora es diferente y deber de ser la jornada de las alacenas abiertas, de los anaqueles en que puedes mirar y tocar a la vez todo lo que hay superpuesto. Algo, la vivencia de las formas sin definir, parecen gritar en medio de una noche de ceguera para que comience a rellenar las cuartillas. La mierda empieza a salir a los balcones y a pegar unas voces que se oyen hasta en el infierno.

Hay tiempo. Y, más aún, hay bebida sobre la mesa y dos cajetillas de tabaco importado de Rusia (“de contrabando ruso”, me dice el africano al que se lo compré mientras paseaba por el Jardín Botánico de la capital europea). Golpeo el teclado y esto comienza a cobrar sentido. Todavía no ha respirado en mí la enajenación mental de unas cuantas gotas de alcohol en el vientre y toda aquella magia que parecía dormida abre lentamente los ojos de princesa de cuento, me digo. Los de cuervo, también, por cierto.

El caso es que lo que yo quería contar es que es muy fácil empezar algo y predecir más o menos cómo puede acabar la cosa. No es el caso. No, y a París llegué por un extraño círculo de puntas a la que puede sumarse otra, que era mi compañero de viejo, tan insustancial, por otro lado, como vital, sin la cual no habría podido pisar aquella villa bohemia que desapareció o dejó de consumir su vida en 1965. O eso dicen, al menos, los entendidos y la canción del cantautor Charles Aznavour. En esas, se cruzaron César Vallejo con su escritura, Migueltón, Picasso, Modigliani, el que ya he comentado, Félix Grande, y Jorge Semprún, del que acababa de leer La escritura o la vida.

Hacía varios días que había pisado París y recorrido buena parte de los principales enclaves turísticos, además de otros de los que había leído y debía de obrar por conocerlos. Tenía que dar sentido a todo eso; poner las ideas en fila india y seleccionarlas, ajusticiarlas y hacer una criba con todo aquello que se removía burbujeando como una idea sin juicio. Pero solamente lo pensé tiempo después, algunas semanas después de ser un pequeño recuerdo escondido en la memoria aquella visita.

Llegamos al centro. La Plaza de la Estrella, ahora denominada Plaza de Charles-de Gaulle era inmensa, único sitio, por cierto, donde las compañías de seguro no cubren los daños si uno tiene un accidente en París. Tras subir 284 peldaños del Arco del Triunfo (eso ponía en el folleto) y colarnos presentando un carnet falso para que mi compañero no pagase el bonus por ‘ser viejo’, aquella ciudad tenía un tufillo de turisteo pesadumbroso, injurioso, de lo que había sido, pensaba, y lo que se había convertido. Esto es lo que creía, al menos, desde el vallado de la azotea de aquel lugar patriótico y no lo digo únicamente por los cientos de personas que estaban tirados en la calle que había visto de camino a él.

A los que pude, los fotografié, quizá para dejar constancia en mí, más que en un papelote, de lo que debía nunca olvidar. Y a los que no pude también, intentándolo hacer con disimulo. Sería infantil pensar de otro modo, que llegaba a esa conclusión simplista después de haber tenido la pobreza al alcance, sin llegar a ella, pero a tiro de mano. ¿Por qué no ayudar entonces? Creo que la fotografía algún día me dará la razón. Pero tardará tiempo.

Ese ha sido mi segundo punto de escape, aunque no tengo claro en qué momento podré ayudar a cambiar algo. Aunque como dijo (y cito parafraseando) alguna vez uno de los notarios de la crueldad consigo, de la destrucción para el ser, de otra persona muy cercana fuera hay un mundo mejor que tú has logrado inventar. “Ella ha pasado época horribles/épocas en las que tal vez yo podría haberla ayudado más/porque ella es la madre de mi única hija/y hace tiempo fuimos grandes amantes/pero ella ha superado todo eso/como he dicho/es quien ha herido a menos gente/de todos cuantos conozco/y si lo miras de ese modo/bueno/ha creado un mundo mejor/ha ganado”.

Una vez tuve una profesora de literatura que no creía en el acto creativo a través de la inspiración. Decía, por método, todo es orden. Toda producción se refiere o trae consigo un rigor. Escondido o no, lo hay, y está detrás. Jamás entendí este pensamiento. Más aún cuando me veía rodeado de botellas vacías y grandes velas encendidas sobre botellas después de escribir toda la noche. A la mañana siguiente, tenía que corregir muchas cosas, pero las palabras estaban ahí. Comencé a entender por una vez qué era conocerse a sí mismo. Y qué era un acto creativo. Vaya si lo conocí. Nunca supe qué fue de esa mujer.

Creo que el mayor acto creativo lo tuve cuando una mujer me abofeteó en una calle de Madrid, que no recuerdo cuál era, a eso de las cuatro de la mañana. El mes tampoco lo recuerdo. Fue hace un año, más o menos.

-Dime que me quieres cabrón, me dijo aquella chica morena con los ojos llorosos. Entonces, ¿por qué coño estás aquí?

-Ey, espera, es que…

-¡Es que, qué, maricón sin sentimientos!

Y otra bofetada iba directa a mi mandíbula y presentía que ese sí me iba a doler. Le cogí la mano por la muñeca antes de que me tocase. Pero no parecía importarla. Un gesto de impotencia había dado vida a sus gestos y apoderado de sus ruegos. El ruego se perdía en la noche oscura y se sigue perdiendo un año después. Lo sigo pensando todavía aunque ya no tiene importancia.

El caso es que la chica ya se recogía el jersey que le colgaba por la rodilla y había ido a parar al suelo varias veces sobre el empedrado mojado y se iba por donde habíamos venido. Ahora o nunca, mierda, pensé. La cogí del brazo, la acerqué hacia mí y la dije:

-No eres tú, soy yo. Es que después de tanto tiempo me cuesta...

Sonreí. La risa se hizo sola en una mueca que estaba robotizada a no inscribir feliciad. Pero algo cambió en un misero momento. Se quedó parada mirando mis labios y yo los suyos. Pero no podía darla un beso. Yo creo que en ese momento no me hubiera acordado de cómo se hacía. Era un pato con los labios de madera en mis labios. Era verdad, como si media parte de tronco hasta la cabeza estuviera paralizada.

-Quieta ahí, tus labios o la vida, princesa, la dije

Y sonrió. Y creo que yo también lo hice. Y aquello entendí que la hizo feliz por unos días aunque luego me abandonase tiempo después y me enterase que estaba trabajando en Londres. Pero fue un bonito momento de inspiración. Pareció como una fugaz inteligencia todavía podía nacer en un páramo de vez en cuando. Si podía hacer eso, quizá podía llegar a más. Era un pensamiento placentero, al menos.

martes, 28 de julio de 2009

S'il vous plaît


Preso de lo que escribes,
de lo que redactas
como un preso sin su presa,
con su boli
lleno de enfermedades
en los dedos,
acabado,
cubierto de la pura
nieve que cae sobre
los barrotes,
arrugado
y arrojado
a una maleta
como una botella de ron,
una cuchilla de afeitar,
y un pañuelo
para visitar Jerusalén
en un fin de semana
sin dinero.

Y la botella de ron
sigue ahí,
encima de la cama
y dos vasos sobre la televisión.
La historia
se llama el bloc del viajero,
del jugador, del bebedor,
sacramentado, escolmulgado,
la antología del diván
donde los amores y los labios
se rompen
como una pompa de jabón antes
de saltar por la ventana
antes de suicidarse
sin pensárselo.

Hablas de otras personas
y otras quizá hablen de ti,
de cuando las sábanas
niegan, putas, sibilinas,
alcahuetas, como jugadoras de azar
la certeza
de los colores,
de una impresión sin pintar,
de la expresión pronunciada,
de lo que hubo,
de lo que tal vez tengas,
de lo que no tienes,
del rumor que va de boca loca
a loca boca,
de las calles desiertas
llenas de gente
y de los dos metros cuadrados
de esas sábanas de lino
que ayer fueron la Antártida
mientras te revuelcas
y te levantas
como un paño de sudor
con todas las velas encendidas.
Tu rostro sobre el espejo
de un olvidado.

Todo está desordenado,
los papeles, los bolis,
los libros, el alma
que pretendía escribir sobre libros
y su libro,
los veranos que no llegan retorciéndose,
atrayendo la salvia,
el campo virgen otoñal,
algo nuevo,
y trae, sin embargo,
bidones de gasolina,
carretilleros,
cajetillas de tabaco,
el pulso de personas
que sufren de los nervios,
manos venosas,
la frente pálida
y la barbilla marcada
de las avenidas del ocaso.

Empieza a revolotear todo
y tu rostro suda.
Se esfuman las mujeres
que una vez te sonrieron
con la dentadura como una vidriera.
El largo peregrinaje
hacia el barrio de las tabernas
ya comenzó,
húmedas las aceras,
poseyendo el llanto de octubre,
hay risas enfrentadas,
ladrones al cuarto, al peso,
estafadores, mentideros
para dejar a un lado la realidad,
bandas a sueldo sin saldo,
para el frío navegante congelado:
el sordo cliqueo
de los mecheros.
Todas esas sonrisas extrañas
que están ahí
embistiendo el cuerpo...
En el medio,
quiero quedarme en el medio
en la mitad de la noche
que se ha ido
a conceder otros
deseos
a otras personas.
En el medio de todas esas risas
del más allá,
de aquellas que no huelen
y no saben a quemado
pero algo hay de cierto
en esas palabras...

jueves, 16 de julio de 2009

Perro malherido


Viendo
a nadie
ver,
a las personas
les quedan
los instintos
de los animales.

Incluso a aquellos
otros
que dejaron
de creer
en el individuo
porque antes
sí que creían
en él
y, decían, eran
sumamente autocríticos.

Ya sabes aquello
del estúpido comunista
con 50 años
qué es
y qué fue
de su juventud.

Uno se conforma
creyendo
en la purga,
en el anonimato
de las capillas
a pie de calle,
y no es así
como el irreverente
sonido
que se pierde
en un patio interior,
tras la ventana
de mi casa,
cuando
mi vecina
abre la suya
y suena
como un
maldito
perro malherido
y tal vez
piense
que ya no es
y antes sí era.

Pero la vida
se le ha agotado
para poner
entonces
sonido
o letra
a los infiernos
que hay
en su
caja de truenos
mientras
está tirado
sobre el asfalto.

miércoles, 15 de julio de 2009

Camino hacia dentro


Hasta entonces
no había
distinguido
lo que
era
de mi estricta
propiedad.

Pero no
me refiero
a esas cosas
que uno tiende
a ponerlas
nombres
de animales,
o de muebles,
porque duran
en el tiempo.

Otras personas,
el tiempo,
la bebida,
la tristeza,
los procesos
de selección
de personal,
las secretarias
de empresas,
los cajeros automáticos
y sus tickets,
la gente que era
como yo. Hasta entonces.
El insomnio,
los compositores
de Leipzig,
encender
grandes velas
blancas
sobre botellas
de vino blanco
y descorchar
vino tinto
y escribir
poemas a las
cuatro de la mañana.
Todo eso .
Todo ese todo
o alguien
me ha robado
las lágrimas.

Sé que parece
simple
pero el hondo vacío
de los pasillos
se ha llenado
de preguntas
que empiezan
inquiriendo
más de la cuenta
y no sé
en qué clase
de persona
inexpresiva
he llegado
a ser.

Tumulto.
Pálpitos.
Pasos.

Algo más que tomar algo prestado


No sé
si alguna vez
lo has
intentado.

Pero cuando
conozcas
el alma
de alguien,
pinta sus ojos.

Me refiero
a ser
escritor
o pintor
o escultor
o a jugar
con las palabras
al decírselas
a una mujer
a la que
uno
acaba
de conocer.

Tengo una
misma sensación
cuando tomo
prestado
algo que está
tirado
como una colilla
u olvidado
por la sociedad,
pero también
tiene su alma.
No su misma
alma, claro.

Cuando acerco
la cámara
a mi ojo
y aprieto
el gatillo
y la forma
sale por
la pequeña
pantalla digital
muchos aspectos
que antes
no entendía
cobran sentido.

Por eso
es una minúscula
magia
que uno
se guarda
para compartir
un día
en silencio
si llega el caso
con otra
persona especial
que a buen seguro
puede ser
una desconocida
esa misma
noche
o tarde.

Aunque digo esto
nunca
he sido
una persona
especialmente
responsable
con las consecuencias
de mis actos.

martes, 14 de julio de 2009

Chaplin


Siempre decía:
"Toda mi tristeza
cabe en el bigote
de exposición de Chaplin".

Tan fácil como que un payaso
de hace 70 años salga de la barriada inglesa
y se desplace a tu salón
con sus pestañas de peluquería,
recorra tu camino de la vida,
viniendo cuidadosamente de la muerte.

Tan fácil que aquel tipo menudo
se suicidó en 1940
por voluntad propio siendo judío.
Y no por ser judío,
sino por salvar a los judíos
y clavó el puñal fríamente
en el alma de aquel personaje:
su voz.

Pero aquel tipo me salvo.
Y creo que salvará a Panos,
mi compañero griego
que ahora necesita un bigote belicista,
y que vive en unos barrios, arriba,
cerca de la muerte,
y ahora es al que precisamente la tristeza
le seduce la cara con su maquillaje de luna.
Que disfrutes The Circus,
aquel payaso que nunca
debió de salir
de la pequeña pantalla
de sala de cine.

Jueves santo para el santo


785 diputados que serán
los próximos líderes:
tus líderes.
Y que, al cambio, ahora serán 736
en la 'Cámara de los espejos'.
Y ahí estará el piano de cola,
las azafatas,
los chicos de la palomitas,
y aquellos otros
que te dicen cuál es tu sitio
en esta escena,
detrás de la escena.

Siento que estoy cargado de odio
al mirarlo
y también,
y, especialmente, al pensarlo.
Todos los jóvenes mascullarán,
escupirán,
se emborracharán hasta besar las aceras
con sus lóbulos,
pero hay algo que no soy.
Es decir,
que no llego a ser. Por algo, por algún motivo.

Los acordes de la demencia están ahí,
la sinfonía que te lleva directamente
a ponerte la camisa de fuerza
es mutua,
pero no es la misma.
No, no lo es, chico.

Sentados en el césped,
mirando al reloj de media luna
del Parlamento,
los próximos cuatro años,
la partida será de otra forma.
Nuevas bolas, nuevas caras,
los mismos tacos.
Se mirarán a los ojos
y apostarán por una sinceridad
antes conocida en los diccionarios,
se atragantarán escribiendo las palabras más simples:
te quiero.

Con el temor el folio en blanco,
pero visten trajes caros,
y no son hijos de sastres,
son hijos de padrinos,
y están apadrinados.
Y cada cuenca de mis dos ojos
delata mi suicidio al borde
de cada trago.
Y te miran,
y no dicen nada,
y ese silencio espirituoso
es inquisitivo,
pero eso no es tan importante
como lo que uno se lleve
esa noche a donde tenga dónde dormir,
acompañando a las cuchillas,
jugando con mi demencia,
yo juego con mi demencia,
y con las que atiendo a atravesar
cuando miro a otra indefensa.

Es el juego de la cola de dragón,
mientras yo los miro
y me confundo al pensar
si alguna vez fui como todas aquellas personas
que algún día abandonarán esta ciudad.
Pero no tengo muy claro
si antes que yo

A veces hay que pagar por una sonrisa


7 días, 7 noches
y dos papeles de fumar sobre la mesa.
Y algún cigarrillo mal liado.

Las faltas de ortografía
no importan en las noches
en que uno vuelve del infierno
de saludar a todos los mentirosos
todas aquellas personas abiertas
en canal
y le cuentan a uno un par de historias
buenas.
El puzzle de uno mismo
que se ha hecho mayor.

Uno apura el sentido de la inutilidad,
y de la vitalidad,
y cree que es
un genio por descubrir,
y tal vez lo sea,
pero solamente necesita
que las personas adecuadas
lo descubran.
Y cuando digo esto,
me refiero
a que las personas
que son diferentes
a los demás,
te inviten a una copa,
se acerquen a ti,
pongan dinero,
hablen bien de ti delante de otras personas,
sonrían y te presenten a otras personas,
aunque todo aquello sea la gran falacia,
un gran farsa
con una estupenda cara veinteañera.
Pero hay veces que uno
sólo cumple sus sueños.
a través de otras personas.

No es menos innoble,
ni menos malo,
ni más depravado.
Sino que simplemente
conjuga la raíz de la esencia
de varias existencias.
Pero uno tarda en darse cuenta
que las sonrisas ajenas
a veces cuestan dinero
y pueden parecer
que su profesión
no es la venta de coches
o de sueños.

El pequeño estudio


La casera vive en Francia 365 días al año
y a mi no me arregla la diminuta
televisión por cable.
Pero hay buena música en la radio: Chopin, Hayden,
tal vez algo de Mozart,
pero no lo distingo.

La casera vive en Francia
y ésta ya no tiene el frondoso bigote
circense de la anterior,
ni su querido hijo estudiante
frotando su cabeza con la granadina
cada domingo,
ni tiene un hijo que hace de su habitación
su abadía de sopa rancia y música barata.

Ahora nadie me saluda
en mi pequeño
estudio abuhardillado
que cuando lo vi por primera vez pensé:
¡Dios!¡Aquí tendré problemas con los vecinos!

Pero me siento
LIBRE
como se dice en las novelas históricas
de rastrillo
de algún escritor de segunda fila
que va al cine al cine
el día del espectador
en busca de la inspiración,
tal vez para tocarse,
tal vez para ver tocarse
a las demás parejas
en la fila de los mancos.

LIBRE como en las películas mudas
de los años 20.
LIBRE como el plumilla
que se cree genio
y baila el vals
de lo corazones rotos
con tres prostitutas
en una habitación que no puede
si quiera pagar.
Pero esas prostitutas
son grandes meretrices.
Y no hacen su trabajo.
Beben, bailan y se ríen
por unas horas
de la inconsciencia ajena.
Y eso está genial
para olvidar el verbo latino
del verbo piérdete en la inmundicia:
YO SOY LA INMUNDICIA.

Uno lee en los labios
de esas señoritas:
"piérdete en mis hendiduras
y comienza por mi liguero de naylon".
"Uooohhhh".
Y la gente ya no acude a mi piso del centro
ni me pide consejos,
porque tal vez no los necesitan,
pero soy bueno con los consejos oye.

El gato no bebe la leche
que le dejo en la repisa,
y los vecinos marroquíes
ya no joden todas las noches.
Algo está cambiando en mi pequeña vida de corcho
porque todo sigue flotando
pero hay partes que ya no veo a mi alrededor.
Y la música clásica sigue sonando,
y cada vez estoy más loco
y más LIBRE.

Hace tiempo que el calor de las mujeres
se enfrió al descorchar cada botella de champán.
Ya no creo en la gente.
No al menos como lo hacía cuando era más joven.
Aprendo a leer mis errores en sus ojos
antes de increparlos,
para intentar equivocare con más razón,
pero eso es algo que se pierde
como una pequeña hoja
en un gran lago de tristeza espumosa. Y de cerveza.

El euro es al cambio lo que la lira al dólar
y al yen. Y todos contentos y sonriendo pasando por caja.
¿Dónde está la Casablanca de las películas
y la música del güeto,
y aquellos violinistas maravillosos
que se esfumaron de la pena del badajo
cuando tocan las 12 de la noche?
Hay algo que empieza a perderse en la historia,
y los historiadores dicen:
"la gente, memoria histórica viva, se va muriendo".

La gente compra, se resiste a envejecer,
y el teatro de la calle cada vez suplanta más
a la delicadeza
y espontaneidad
del de dentro de los garitos:
hay una pugna,
de uno por parecerse a otro.
Uno es la vida. El otro, también,
pero ya no importan los actores,
importa actuar,
y se actúa mejor fuera que dentro.
Es el ritual que hay que ver
sin sentarse con las luces apagadas
porque todo echa a rodar sólo
sin el reloj en la mano.
Puedes ser un testigo de excepción
o la excepción.
Esa es tu buena decisión,
así que piensa bien lo que vas a decidir.

Pero yo me siento LIBRE,
plantando una semilla en ningún cuerpo,
en el vacío,
en el registro de un papel blanco,
más blanco que volver
de conocer a la muerte
y estrecharle la mano
mirándola a los ojos.

Me siento LIBRE
en 40 metros cuadrados,
con mi pequeño colchón de risa,
con mis cervezas a media noche
y escribiendo la muerte de los toros
en su cornamenta de sangre y fuego.

Y, por algún motivo,
el mundo loco
empieza a adelantarse a mis pasos,
a inclinarse,
a pedirme la hora
y tocarme el hombro
con la mano equivocada,
a inclinarse, vaya.
Y ahí es cuando no confío en los ojos
en que no pueda caerme
sin poder asomarme primero,
en los ojos que hay fuera preparando
algún tipo de baile,
en los ojos que están más allá
de este submundo
con el que me encuentro
cada noche que escribo
y me siento LIBRE.

sábado, 11 de julio de 2009

No pagues a donde quieras ir


Quién llamó a los desconocidos.
Y quién hizo el amago de hacerlo.
Quién es quién
y cuánto cuesta
ir de aquí a allá
sin que a uno le cueste la mirada,
y el dinero en él
y el toque de corneta
o el minúsculo toquecito de gorra.

Quién es quién
y quién puede devolverme a mi
algo.
Un camino
un sendero empedrado,
el punto final,
el billete de metro para que nunca regreses
pero mires el principio.
Quién coño es quién en esta vida.

viernes, 10 de julio de 2009

Poema en una noche de Bruselas




A las cuatro horas de la mañana
El chico ya no quería más voces.
Volví a tirarle una silla de la cocina
contra su puerta
Y aporrearla
hasta que me sangraron los nudillos:
-¡Maricón, sal y relaciónate!
Creyó que me había vuelto loco
Y lo cierto es que tenía la absoluta razón.
Pero pudo haber optado por ser amable
Y no lo fue.
Simplemente una estupenda música del café París
De los años 40 sonaba en mi ordenador
Y ponía la banda sonora
a mi locura transitoria
Una noche que no recuerdo
Pero que a buen seguro
El hijo de la casera sí que lo hará.
Era como traerse
hasta la misma silla de la cocina
o del cuarto del baño a Paco Ibáñez y oírle tocar
todas esas mariconadas a pie de campo
pero todos allí sentados,
en un pequeño taburete de madera sólo para ti
desencajando la guitarra
y levantando las cigarras a coro.
El hielo de mantener fija la mirada, pensaba.
Eso es peligroso para un hombre.
Mierda, estoy jodido.
Es decir, aquellos pensamientos
me devolvían cierta dignidad
mientras la tristeza iba dejando caer
cada día sus monedas de céntimos
sobre mi pozo.
Una y una y luego otra cayendo casi de canto
como si nos hubiéramos hallado
todos juntos aquellos que teníamos algo que decir
aquella noche de batalla sin causa.
Perro que ni me deja ni se calla. Como una pena importuna
que te levanta cada mañana con el hueso en sus dientes,
riéndose desde el infierno.
Sé que suena como un maricón
a punto de escribir su primer poema
y sé que no soy el poeta
más políticamete correcto (¿qué cojones es esto?)
pero hoy tocan en la calle blues
y los negros vuelven a retomar el pulso del jazz.
Y estoy en este mundo tan raro del que siempre hablo a nadie.
Eso me da algo de vida.
Salgo a los bares
pero veo el gesto aguantando
en otras personas
y esperando otra carne calada
como una pequeña flor abriendo
sus colores a la lluvia.
Y todo aquello pasa
y pasa
y lleva el verbo del recorrido en sus arterias
y la gente rueda,
camina,
va en bicicleta
y vuelven a volverse locos todos,
y se gritan y escupen a la cara
y se dicen los poemas más bellos sin mirarse a los ojos
y, como no, también se amamantan de cuentos de Cortázar,
pagan psiquiatras
y los doctores miran sus relojes
con puntualidad y les dicen ¡ohhhh, no se preocupe,
tendremos que dejarlo para la sesión siguiente!
¡Nos vemos!
Pues nos vemos entonces cuando quiera usted tomarse un café, señor, pienso,
Y yo me pregunto
donde están todos esos locos
que merecen la pena conocerse
y te miran a los ojos y sonríen siempre
con una mirada
en que parece posarse la luna para romperse
como un huevo
a punto de echarse en un caldo.
Parece que uno encuentra en ellos la sonrisa
de la niñez. Riéte siempre en la cuna.
Defendieron su locura, creo,
boli a boli,
cerveza a cerveza,
risa a risa,
jazmín a jazmín
como los que tocaron antes de dormirse
antes de sentirse un fuego, un alma
y otra sonrisa.
Se escondieron como yo,
como los pequeños genios demolidos
de segunda fila,
aquellos que levantan y esculpen
las sonrisas todavía en aquellas personas
que no llevan el desierto ni el sonido de la masa.
Al menos, me digo, hay una de las dos partes
Que recuerda aquel trágico momento
En el que él, el hijo de la casera, debió de pasar un miedo,
pero recordó esa tristeza en mis ojos.

miércoles, 1 de julio de 2009

Los Peter Pan que no quedan


Machácate, pártete la espalda:
sueña, vive y muere sobre un colchón
que conozcas o ni siquiera hallas imaginado.
Pero no pierdas el norte,
sé quién eres y quien solías ser.
Deja de lado a los amigos que no sean tus amigos.
Apuesta por las mujeres que crean en ti,
y no porque crean en ti
sino porque en sus ojos está la sinceridad
de la fidelidad.
"Tú puedes leer: no te voy a dejar abandonado en este banco".
He aprendido pocas cosas en esta vida
pero una de ellas es que tras soñar
y luego volver a la puta realidad,
hay personas,
botellas vacías,
camisas rotas, sangre, lágrimas, vidas destrozadas, almas que se refugian en otros continentes o en su propia casa a tres palmos de la felicidad.
Pero, sobre todo, hay personas.
Uno merece estar sólo buenamente cuando lo necesita,
pero si pierde a las personas que quiere,
le quieren,
apuestan por él como una casa de apuestas
y le son fieles o le creen
solamente le queda a uno
una lata de cerveza, si es que bebe,
unas manos y sobre ellas, si es que uno sabe describir su forma,
un alma rota en forma de sonrisa pervertida.

Groucho Marx.

Café en el turco de Saint-Josse


Todo el mundo escribe
sobre la muerte.
Y todos ellos están más vivos que nunca.
Una vez conocí a un chico soñador:
se le veía en sus ojos la sonrisa de Peter Pan desangelado.
Las ganas por ayudar a los demás
y no solamente en el dilatado sentido de la palabra.

Ese chico desapareció con las cenizas del tiempo.
Se olvidó de recoger su cadáver en la funeraria
cuando los demás iban cayendo uno a uno
en el entierro de cada generación.
Fue pausado el sueño e incluso le dijo a su novia
con los ojos abiertos que quería ser escritor
o poeta
o contar simplemente algo a los demás
y comerse las piedras
y el maldito mundo de almidón
y llorar a los editores si hubiese echo falta
para que publicasen sus relatos.

Y ese chico de ojos tristes, de mirada aguda,
iba al baño, le decían, a mirarse al espejo
e intentar ver generaciones de jóvenes tras él
empuñando un codo,
sin molestarse,
cada uno diciendo lo suyo
pero con un buen bloc de notas relleno
de cosas que pareciesen inteligentes.
Cosas que nadie había pensado antes
o tenido el temor de decirlas.
Veía la cara de un soñador imberbe
cayendo en la propia cuenta de un idealista.
Pero idealista cabreado con el mundo.

Se dijo que ahora mismo, en ese instante,
caminaría y las hojas se convertirían en pétalos de azucenas,
en ramas a punto de cebar y quebrar una conciencia,
que todo cambiaría de una puta vez. Se las pagarían todas juntas
porque ya nadie, o si no pocos, acudirían a los entierros
con las lágrimas en un pañuelo:
Ahora, tendrán motivos para llorar frente al mismo espejo
en el que él solía pasar su dedo índice.
Sí, sería una buena y provechosa casa-museo
de un ángel sin alas. Las tiraría al cubo en cualquier caso
o en cualquier pelea de madrugada.

Y ahora los soñadores están subidos en las cornisas,
sentados en el capó de los coches,
apurando su bebida, sus sueños,
acudiendo cada tarde a los cursos de formación subvencionados
por el Estado o por su empresa,
mientras a nadie le importa el nido
que dejan las palabras del papel:
la escritura está muerta,
su escritura está muerta,
sus labios están muertos,
sus manos todavía dan pinceladas de un lejano destello
pero también están más muertas que nunca,
y mira por la ventana el chaval de la pequeña perilla
desde un pequeño estudio,
ya bastante lejos de las azucenas, de las rocas, de los colchones donde antes había una compañía
y ahora ve bultos, sacos, estanterías llenas de cosas
sin llenar nada importante por todos lados,
esperando que el hijo de la vecina
literalmente salga de la ventana, escale cada tarde por el tejado,
y esperando caer también el sol
a que se precipite como un suicida teja a teja por el patio interior.

Ahora todo eso pasa en tiempo real y no hay nada de soñador en la cuartilla de un papel,
donde el chiquillo con aspiraciones de joven,
ya no está tumbado sobre la cama,
pasando su brazo por el cuello de una desconocida.
De pie, y dejando su boli, se mira al espejo.
Ese chico solía ser yo.

lunes, 22 de junio de 2009

Hombre que mira


Hay ciudades que melancólicamente se apagan a tiros:
Tienen el revolver sobre la mesilla de noche.
No hay manos ni dedos que aprieten el gatillo
Pero siempre hay uno que lo hace.
Ciudades que se resuelven levantándose cada mañana
Con sus peluquerías, barberías, carteros y gentes
Arriba y abajo hablando durante el día
Lo que no escuchaba sus confidentes la noche anterior.
Beben, se sientan en bancos, dejando pasar la vida,
Acuden religiosamente a sus ‘trabajos’, ya me entiendes,
Aunque los tengan y sean de un porvenir sano.
Me abandono a estas ideas,
O quizá no sé si calificarlas de pensamientos
No meramente interesantes,
Pero me asaltan como a Joseph Roth en la carrera de los seis días de Berlín en las gradas
Un día de verano
De un tal mes perdido en el calendario.
Observo todo esto, creyendo que en la senda de unos
Ojos que se perdieron en las aceras del desconcierto
Quizá todavía existan palabras para describir un mundo loco,
Un mundo corregible, todo sea dicho:
Porque si después de Birkenau, Bergen-Belsen o Dachau hubo palabras,
Y no de cera,
Y si hubo más seprumes que dijeron algo más
Y pusieron su cuerda de piano sobre los renglones torcidos de la locura,
Las pequeñas ciudades y aquellas que tampoco lo son,
También tienen derecho a existir.
Y esa es la grandeza, pienso, (mientras apago el cigarrillo sobre
Las losas del balcón), de esta vida, que hoy no puedo comprender
Y todo sigue su curso. Su inexorable curso.
Sin que el reloj dude o tiemble al compás de un mano que lo sostiene.
Ahí lo tienes.

miércoles, 17 de junio de 2009

Aquellos chiquillos (II)


Puerta con puerta desaparece la inocencia
y viene la tragedia.
Los niños con pies de cartón
miran a su alrededor y ven cubos de basura,
botellas vacías,
señoras que salen de sus trabajos a media jornada
con la redecilla todavía en el pelo.
Entienden qué pasa, pero no lo entienden.
Cristales de lunas de coche reventadas a puñetazos
o a pedradas, tejas caída del cobertizo del cielo,
grandes estrellas rociadas de un amarillento polvo
y achocolatadas como en una tableta a punto de ser devorada.

Los hombres de pecera caminan hacia algún lugar buscando su niñez, creyendo que la perdieron.
Ahora visten de cuadros,
con pantalones beige y su maravillosa línea-en-medio.
Son seres superiores. Somos seres superiores.
Viven y, vaya, chico, algún día tu también vivirás,
en cajas enlatadas de estaño y con una bella mujer
que aparece por la ventana
cortando las legumbres y diciendo hola cariño
con un guiño de ojos.
Adoran a ídolos de cristal.
La vida esta rota,
su vida está rota,
nuestra vida está rota,
mi vida está abriéndose paso
entre la llamada de las rocas agrietadas gritando
en medio de un bosque talado.

Pero son niños y siguen teniendo miedo,
el miedo al uso
a irse con un extraño y que les pueda quitar los órganos,
a que algún otro chico mayor se coma su bocadillo
o le parta la boca y expulsen un par de dientes.

Siguen teniendo miedo y el corazón lleno de sombras
donde antes, en unas ocasiones, albergaron la vida
de las correas rotas, de risas fallidas, pero risas, de tabernas,
de putas que les decían que tenían un bonito culo no por su billetera,
y tienen los ojos cerrados como el llanto de la noche
cuando la luna se ha retirado a descerrajarse la sesera,
por si un día, al volver a crecer el latido de la noche,
se lleva sus sueños una constelación de dagas,
esperando matar al dichoso ogro que se llevo
su juventud y su sonrisa.
Si es que existe.