miércoles, 29 de abril de 2009

Ojo de pez


De un tiempo a esta parte, la fotografía me interesa. No al uso, sino más bien al desuso. Porque soy un desastre. No hay mayor explicación. De hecho, no la tengo. Pero bien, puestos a hablar, no lo haré de mi. Sino de cierta ocasión en que me sentí cómo una lente cóncava enorme que capta con vértigo los laterales pero no puede desprenderse de ello.

Es algo así, pero viendo el Atomium de cerca y toda la gente que se acercaba al Palacio de Congresos, un edificio por cierto que me recordaba la estética hiteleriana de Albert Speer (no en vano es un construcción de 1935) pensaba en todo eso antes de entrar a la seafood y bueno ahí andaba yo, a dos pasos del estadio Rey Babuino, tirando fotos sin importarme mi trabajo. Tan sólo el momento. Las culpas y los reproches por un currele no hecho vendrían después pero mientras algo de esos pequeños parques me devolvieron a la niñez como yo digo. Bueno el caso es que estaba tirando fotos y viendo como otras las tiraban a no sé muy bien a qué.

El caso es que si no soy un escritor de momentos tampoco lo soy de periodos. Por eso no voy a decir que estaba por encima de ellos. Más bien, por debajo. Pero notaba que había algo que no habían sido capaces de robar toda aquella gente que entraba como ganado al matadero de la venta.

Yo lo único que hice a la ida y venida fue pararme en aquella pequeña fuente rodeada de tulipanes. Recuerdo cuando un niño me dijo que no le gustaba el modo de hablar de las personas mayores. Fue la primera vez que pensé en ello, pero también cuando estaba sentado allí en todo aquel verde pensé ¡mierda Javi, tienes que currar, aquí no hay vino ni cerveza, pero esto es más de lo que uno puede pedir! Fue también la primera vez que pensé que podría morirme en ese momento en paz:

La máquina, y sin ella, dice
Cero por ciento de alcohol
y tus venas están empapadas de sangre,
sudor y bebida.

El escritor maldito,
la joven promesa,
el maldito fotógrafo,
el puto niño cabreado con el mundo,
el chaval que tiene algo
pero no se lo encuentro.

Encuéntrame en un callejón,
en otro país,
en los caballos que se comen mis terrones de azúcar,
en el pensamiento de todas las camareras
y panaderas de barrio que fui soñando ayer camino de casa.
También en las lavanderas,
esas que no existían en Madrid.
Todo muere y resucita:
¡Este chaval se pone poético con su jefa!
¡Baja la voz, la profesora ha llegado!

Iros todos al carajo,
moríos y llevaros al dragón que se lleva mis sueños todos los días
y mis princesas.
Que, por cierto, hoy vi una.
Pero no me atreví a decirla nada.
En realidad, era todo lo que siempre soñé.

Una gran sonrisa larga, pelo corto o largo,
tampoco sabría decirte,
pero toda sonrisa esbelta,
aparcada la soledad para abandonar la mía
en un cubo de la basura,
toda ojos,
toda vida para matar mi muerte.

Es algo así como una profesora
a la que no puedo acercarme
cada día siento que llego descalzo
a dormir como un ebrio
que no sabe pronunciar las palabras
de su botella de vino que ha perdido
en una noche de locura.
(Bendita locura de los borrachos
que todos tratamos de olvidarnos
de nuestros pescados).

Yo sólo sé robarle las rosas
a las calles de la muerte
por donde antes ocurrían oportunidades,
personas con trajes,
sin corbata
con unos perfectos ojos y caras,
donde nunca calló una pena.
Aquí habla una voz que se apaga
poco a poco,
pero no importa su lenguaje,
ni tampoco que existió,
sólo que habitó un lugar.
Buenas noches si tenéis cobijo.

viernes, 24 de abril de 2009

Su comme ci, su comme ça


Empieza la noche regañando unos labios
a un alma por unas copas
Por un nutrido cuerpo esbelto al que le falta la cordura.
La muerte sella en sus labios un aroma de carmín
Que es como si un hielo rozara sus hendiduras
Y dejara un reguero de gotas para nadie
Y sin nombre.

La soledad te pisa los talones
Y desaparecen la primera o la tercera persona
Cuando uno empieza a escribir y no lo hace tampoco
Para nadie en concreto y sí para todos a la vez.
Primaveras, naranjos, coches abandonados,
Almendros que en una semana han perdido
Toda su belleza poblada de lilas.
Y luego moros, turcos, negros de Matonjé,
De Merode, mezclados con tu gente
Y contigo mismo.
Buenas palabras, mejores risas
Y más vasos que asesinan tu garganta.

Y entre tantas personas hay una caza por el olvido
Para una persona solitaria.
Es la búsqueda de un cuerpo que rodee otro cuerpo
Con un voz de silencio
advirtiendo todas estas cosas mudas.
Toda la muerte pasa por delante de uno ojos
Y ya no digo vidriosos o con pena,
No existe esa clase de sentimientos
Para uno al que no puede atribuirsele como un vencido.
Es simplemente su espalda, sus hombros relajados
Tu tono despierto y suave,
Su boca cada vez más cerca de la barra del bar.

Las calles están desiertas
Y cubiertas de adoquines de plomo,
Los pasos son cada vez más nobles
Y más sinceros,
El cuerpo camina a su tierra
Para saldar sus deudas con las promesas
Que no ha cumplido
Pero siempre hay alguna cama,
Algún banco o un sofá que hace unas ocasiones
de mano tendida
que le impiden a uno
ir de punta a punta directo hacia la locura.

viernes, 3 de abril de 2009

Aire y humo


Oye chico, me dijo el taxista
"El humo se ha vuelto loco".
Va solo, vuelve a sus hogueras,
de la casa de mujeres sin nombre
a las nuestras.
Se cuela por rendijas
y pone a nuestros hijos
que nunca tendremos
apellidos de hace cincuenta años.

Tú estas loco, le dije.
"No, piénsalo, de verdad", me espetó.
Y hay días en que la lluvia
parece arañar los cristales al caer
y colarse por los huecos de mis zapatos
que nunca había visto.
Y todo son charcos delante de mi.
Y risas.
Y parejas cogidas de la mano.
Y paradas de autobús que debían de estar desiertas
como un gran naufragio.
Y siempre termino del bar a casa:
como un eterno derrotado
que trata de no perder una sonrisa.
Y aquí en casa también todo es humo y cenizas
pero no las veo aunque se cuelan
y aspiran todo lo que hay en la habitación.
Aire y humo,
humo y aire,
a veces me pregunto que es lo que necesito
saber de la vida
para no acercarme más a ella
y apoyar mi codo
como en una gran barra de platino
donde uno puede servirse libremente.

OÍR, VER y CALLAR



Hoy es uno de esos días

En que tienes que rezar:

OÍR, VER y CALLAR.

Oye el rumor de la gente hablando

Y los mecheros que cliquean

Al encender cigarrillos

Que se llevan a la boca compulsivamente.

Ve, observa sus gestos,

Sus vestimentas y entenderás

Que aunque sus ropas

No se distancian mucho de ti

Estás sólo rodeado de tanta gente.

Y calla, sobre todo calla

Todo lo que tienes que decir

A aquellas personas a las que sabes

De antemano que no les interesan

Tus labios.

Pero, por encima de todo,

Aprende a escuchar, a mirar y a silenciarte

Cuando una bonita tarde de luz

Caiga en tus manos.

Entonces, siéntate en un banco,

Fíjate en aquél o en el otro vestido

De una mujer trajeada,

En las corbatas de colores o de rallas

De los directivos, que no son más que peces

De ciudad,

Y fúmate un buen cigarro

Dejando escapar el humo haciendo cabriolas en el aire.

No hables con nadie

Y solamente entonces comprenderás

Lo bueno que es tapar tus sentidos

Y abandonarte un tiempo a tu yo

Y recobrar una cierta cordura

en una ruidosa tarde de domingo.