Aunque no sea algo útil ni valeroso, ni cargado de sentido, la mano me devuelve al papel de vez en cuando. Prometí no escribir, pero hice una promesa extraña a nadie. Por eso, por algún motivo extraño, antes de cerrar este chiringuito de poemas dentro de poco, tengo algo todavía que decir. A nadie...
La gente suele hablar de armas
Para contar aquello que le abre
Una herida en el pecho
Que no aciertan a señalar
Ni a decir a qué se debe.
Así, dicen: era punzante
Como el silencio de los cuchillos.
Tenía el nombre de un gran hurto,
La piel de una noche brillante,
Sus ojos de cuna en otra frontera
Sin nadie.
Pero no solamente hablan de armas blancas
También se disparan unos a otros con locas palabras locas.
Y la vida va de una punta a otra a crearse y descerrajarse
Los sesos.
Y ponen en sus labios de metal casquillos usados
Perdigonazos, que ni matan, ni pueden hacer daño
Con la fuerza.
Y luego vuelven a recurrir a las palabras.
Me quedo en medio de una tregua, digo...
Vaya bala perdida estoy hecho.