lunes, 7 de diciembre de 2009

Sweet Lowdown




Había una luz a lo lejos,
una hoguera de cobalto
y un ancho pasillo
que delimitaba la vida
a dos vertientes
entre el resto del mundo
y nosotros.
Emmet había sonado tan bien
como en los años 20
y yo no le conocía.

Se sentó y me contó
que no dejó de mirar
durante 10 minutos
la banqueta de esparto del cabaret.
Yo le dije que esa mañana
había visto morir un payaso.
Era como un niño
que guardaba sus monedas
dentro de un gran panal de violetas.

Aquel hombre pensó que era viejo,
que ya no valía para volver a sacar
del baúl los trucos de hace años
y que hacía sonreír a una explanada de desconocidos
y todo estallaba abruptamente.

Hundió la cabeza entre sus rodillas
y murmuró:
-"En algún momento,
alguien ha apagado la luz de este camerino,
se han llevado mis espejos.
Ya no sonrío".

Salí,
afuera la gente celebraba la navidad
en la calle
y me giré para sonreírle por última vez
desde el final del pasillo.

Cerró sus ojos arrugados
y me intentó convencer:
-"Todavía tengo algo que decir.
El cáncer va lento pero seguro.
Yo también".

Aquella noche me pareció
ver por segunda vez a Chaplin
después de tantos siglos de imágenes.