martes, 28 de julio de 2009

S'il vous plaît


Preso de lo que escribes,
de lo que redactas
como un preso sin su presa,
con su boli
lleno de enfermedades
en los dedos,
acabado,
cubierto de la pura
nieve que cae sobre
los barrotes,
arrugado
y arrojado
a una maleta
como una botella de ron,
una cuchilla de afeitar,
y un pañuelo
para visitar Jerusalén
en un fin de semana
sin dinero.

Y la botella de ron
sigue ahí,
encima de la cama
y dos vasos sobre la televisión.
La historia
se llama el bloc del viajero,
del jugador, del bebedor,
sacramentado, escolmulgado,
la antología del diván
donde los amores y los labios
se rompen
como una pompa de jabón antes
de saltar por la ventana
antes de suicidarse
sin pensárselo.

Hablas de otras personas
y otras quizá hablen de ti,
de cuando las sábanas
niegan, putas, sibilinas,
alcahuetas, como jugadoras de azar
la certeza
de los colores,
de una impresión sin pintar,
de la expresión pronunciada,
de lo que hubo,
de lo que tal vez tengas,
de lo que no tienes,
del rumor que va de boca loca
a loca boca,
de las calles desiertas
llenas de gente
y de los dos metros cuadrados
de esas sábanas de lino
que ayer fueron la Antártida
mientras te revuelcas
y te levantas
como un paño de sudor
con todas las velas encendidas.
Tu rostro sobre el espejo
de un olvidado.

Todo está desordenado,
los papeles, los bolis,
los libros, el alma
que pretendía escribir sobre libros
y su libro,
los veranos que no llegan retorciéndose,
atrayendo la salvia,
el campo virgen otoñal,
algo nuevo,
y trae, sin embargo,
bidones de gasolina,
carretilleros,
cajetillas de tabaco,
el pulso de personas
que sufren de los nervios,
manos venosas,
la frente pálida
y la barbilla marcada
de las avenidas del ocaso.

Empieza a revolotear todo
y tu rostro suda.
Se esfuman las mujeres
que una vez te sonrieron
con la dentadura como una vidriera.
El largo peregrinaje
hacia el barrio de las tabernas
ya comenzó,
húmedas las aceras,
poseyendo el llanto de octubre,
hay risas enfrentadas,
ladrones al cuarto, al peso,
estafadores, mentideros
para dejar a un lado la realidad,
bandas a sueldo sin saldo,
para el frío navegante congelado:
el sordo cliqueo
de los mecheros.
Todas esas sonrisas extrañas
que están ahí
embistiendo el cuerpo...
En el medio,
quiero quedarme en el medio
en la mitad de la noche
que se ha ido
a conceder otros
deseos
a otras personas.
En el medio de todas esas risas
del más allá,
de aquellas que no huelen
y no saben a quemado
pero algo hay de cierto
en esas palabras...

jueves, 16 de julio de 2009

Perro malherido


Viendo
a nadie
ver,
a las personas
les quedan
los instintos
de los animales.

Incluso a aquellos
otros
que dejaron
de creer
en el individuo
porque antes
sí que creían
en él
y, decían, eran
sumamente autocríticos.

Ya sabes aquello
del estúpido comunista
con 50 años
qué es
y qué fue
de su juventud.

Uno se conforma
creyendo
en la purga,
en el anonimato
de las capillas
a pie de calle,
y no es así
como el irreverente
sonido
que se pierde
en un patio interior,
tras la ventana
de mi casa,
cuando
mi vecina
abre la suya
y suena
como un
maldito
perro malherido
y tal vez
piense
que ya no es
y antes sí era.

Pero la vida
se le ha agotado
para poner
entonces
sonido
o letra
a los infiernos
que hay
en su
caja de truenos
mientras
está tirado
sobre el asfalto.

miércoles, 15 de julio de 2009

Camino hacia dentro


Hasta entonces
no había
distinguido
lo que
era
de mi estricta
propiedad.

Pero no
me refiero
a esas cosas
que uno tiende
a ponerlas
nombres
de animales,
o de muebles,
porque duran
en el tiempo.

Otras personas,
el tiempo,
la bebida,
la tristeza,
los procesos
de selección
de personal,
las secretarias
de empresas,
los cajeros automáticos
y sus tickets,
la gente que era
como yo. Hasta entonces.
El insomnio,
los compositores
de Leipzig,
encender
grandes velas
blancas
sobre botellas
de vino blanco
y descorchar
vino tinto
y escribir
poemas a las
cuatro de la mañana.
Todo eso .
Todo ese todo
o alguien
me ha robado
las lágrimas.

Sé que parece
simple
pero el hondo vacío
de los pasillos
se ha llenado
de preguntas
que empiezan
inquiriendo
más de la cuenta
y no sé
en qué clase
de persona
inexpresiva
he llegado
a ser.

Tumulto.
Pálpitos.
Pasos.

Algo más que tomar algo prestado


No sé
si alguna vez
lo has
intentado.

Pero cuando
conozcas
el alma
de alguien,
pinta sus ojos.

Me refiero
a ser
escritor
o pintor
o escultor
o a jugar
con las palabras
al decírselas
a una mujer
a la que
uno
acaba
de conocer.

Tengo una
misma sensación
cuando tomo
prestado
algo que está
tirado
como una colilla
u olvidado
por la sociedad,
pero también
tiene su alma.
No su misma
alma, claro.

Cuando acerco
la cámara
a mi ojo
y aprieto
el gatillo
y la forma
sale por
la pequeña
pantalla digital
muchos aspectos
que antes
no entendía
cobran sentido.

Por eso
es una minúscula
magia
que uno
se guarda
para compartir
un día
en silencio
si llega el caso
con otra
persona especial
que a buen seguro
puede ser
una desconocida
esa misma
noche
o tarde.

Aunque digo esto
nunca
he sido
una persona
especialmente
responsable
con las consecuencias
de mis actos.

martes, 14 de julio de 2009

Chaplin


Siempre decía:
"Toda mi tristeza
cabe en el bigote
de exposición de Chaplin".

Tan fácil como que un payaso
de hace 70 años salga de la barriada inglesa
y se desplace a tu salón
con sus pestañas de peluquería,
recorra tu camino de la vida,
viniendo cuidadosamente de la muerte.

Tan fácil que aquel tipo menudo
se suicidó en 1940
por voluntad propio siendo judío.
Y no por ser judío,
sino por salvar a los judíos
y clavó el puñal fríamente
en el alma de aquel personaje:
su voz.

Pero aquel tipo me salvo.
Y creo que salvará a Panos,
mi compañero griego
que ahora necesita un bigote belicista,
y que vive en unos barrios, arriba,
cerca de la muerte,
y ahora es al que precisamente la tristeza
le seduce la cara con su maquillaje de luna.
Que disfrutes The Circus,
aquel payaso que nunca
debió de salir
de la pequeña pantalla
de sala de cine.

Jueves santo para el santo


785 diputados que serán
los próximos líderes:
tus líderes.
Y que, al cambio, ahora serán 736
en la 'Cámara de los espejos'.
Y ahí estará el piano de cola,
las azafatas,
los chicos de la palomitas,
y aquellos otros
que te dicen cuál es tu sitio
en esta escena,
detrás de la escena.

Siento que estoy cargado de odio
al mirarlo
y también,
y, especialmente, al pensarlo.
Todos los jóvenes mascullarán,
escupirán,
se emborracharán hasta besar las aceras
con sus lóbulos,
pero hay algo que no soy.
Es decir,
que no llego a ser. Por algo, por algún motivo.

Los acordes de la demencia están ahí,
la sinfonía que te lleva directamente
a ponerte la camisa de fuerza
es mutua,
pero no es la misma.
No, no lo es, chico.

Sentados en el césped,
mirando al reloj de media luna
del Parlamento,
los próximos cuatro años,
la partida será de otra forma.
Nuevas bolas, nuevas caras,
los mismos tacos.
Se mirarán a los ojos
y apostarán por una sinceridad
antes conocida en los diccionarios,
se atragantarán escribiendo las palabras más simples:
te quiero.

Con el temor el folio en blanco,
pero visten trajes caros,
y no son hijos de sastres,
son hijos de padrinos,
y están apadrinados.
Y cada cuenca de mis dos ojos
delata mi suicidio al borde
de cada trago.
Y te miran,
y no dicen nada,
y ese silencio espirituoso
es inquisitivo,
pero eso no es tan importante
como lo que uno se lleve
esa noche a donde tenga dónde dormir,
acompañando a las cuchillas,
jugando con mi demencia,
yo juego con mi demencia,
y con las que atiendo a atravesar
cuando miro a otra indefensa.

Es el juego de la cola de dragón,
mientras yo los miro
y me confundo al pensar
si alguna vez fui como todas aquellas personas
que algún día abandonarán esta ciudad.
Pero no tengo muy claro
si antes que yo

A veces hay que pagar por una sonrisa


7 días, 7 noches
y dos papeles de fumar sobre la mesa.
Y algún cigarrillo mal liado.

Las faltas de ortografía
no importan en las noches
en que uno vuelve del infierno
de saludar a todos los mentirosos
todas aquellas personas abiertas
en canal
y le cuentan a uno un par de historias
buenas.
El puzzle de uno mismo
que se ha hecho mayor.

Uno apura el sentido de la inutilidad,
y de la vitalidad,
y cree que es
un genio por descubrir,
y tal vez lo sea,
pero solamente necesita
que las personas adecuadas
lo descubran.
Y cuando digo esto,
me refiero
a que las personas
que son diferentes
a los demás,
te inviten a una copa,
se acerquen a ti,
pongan dinero,
hablen bien de ti delante de otras personas,
sonrían y te presenten a otras personas,
aunque todo aquello sea la gran falacia,
un gran farsa
con una estupenda cara veinteañera.
Pero hay veces que uno
sólo cumple sus sueños.
a través de otras personas.

No es menos innoble,
ni menos malo,
ni más depravado.
Sino que simplemente
conjuga la raíz de la esencia
de varias existencias.
Pero uno tarda en darse cuenta
que las sonrisas ajenas
a veces cuestan dinero
y pueden parecer
que su profesión
no es la venta de coches
o de sueños.

El pequeño estudio


La casera vive en Francia 365 días al año
y a mi no me arregla la diminuta
televisión por cable.
Pero hay buena música en la radio: Chopin, Hayden,
tal vez algo de Mozart,
pero no lo distingo.

La casera vive en Francia
y ésta ya no tiene el frondoso bigote
circense de la anterior,
ni su querido hijo estudiante
frotando su cabeza con la granadina
cada domingo,
ni tiene un hijo que hace de su habitación
su abadía de sopa rancia y música barata.

Ahora nadie me saluda
en mi pequeño
estudio abuhardillado
que cuando lo vi por primera vez pensé:
¡Dios!¡Aquí tendré problemas con los vecinos!

Pero me siento
LIBRE
como se dice en las novelas históricas
de rastrillo
de algún escritor de segunda fila
que va al cine al cine
el día del espectador
en busca de la inspiración,
tal vez para tocarse,
tal vez para ver tocarse
a las demás parejas
en la fila de los mancos.

LIBRE como en las películas mudas
de los años 20.
LIBRE como el plumilla
que se cree genio
y baila el vals
de lo corazones rotos
con tres prostitutas
en una habitación que no puede
si quiera pagar.
Pero esas prostitutas
son grandes meretrices.
Y no hacen su trabajo.
Beben, bailan y se ríen
por unas horas
de la inconsciencia ajena.
Y eso está genial
para olvidar el verbo latino
del verbo piérdete en la inmundicia:
YO SOY LA INMUNDICIA.

Uno lee en los labios
de esas señoritas:
"piérdete en mis hendiduras
y comienza por mi liguero de naylon".
"Uooohhhh".
Y la gente ya no acude a mi piso del centro
ni me pide consejos,
porque tal vez no los necesitan,
pero soy bueno con los consejos oye.

El gato no bebe la leche
que le dejo en la repisa,
y los vecinos marroquíes
ya no joden todas las noches.
Algo está cambiando en mi pequeña vida de corcho
porque todo sigue flotando
pero hay partes que ya no veo a mi alrededor.
Y la música clásica sigue sonando,
y cada vez estoy más loco
y más LIBRE.

Hace tiempo que el calor de las mujeres
se enfrió al descorchar cada botella de champán.
Ya no creo en la gente.
No al menos como lo hacía cuando era más joven.
Aprendo a leer mis errores en sus ojos
antes de increparlos,
para intentar equivocare con más razón,
pero eso es algo que se pierde
como una pequeña hoja
en un gran lago de tristeza espumosa. Y de cerveza.

El euro es al cambio lo que la lira al dólar
y al yen. Y todos contentos y sonriendo pasando por caja.
¿Dónde está la Casablanca de las películas
y la música del güeto,
y aquellos violinistas maravillosos
que se esfumaron de la pena del badajo
cuando tocan las 12 de la noche?
Hay algo que empieza a perderse en la historia,
y los historiadores dicen:
"la gente, memoria histórica viva, se va muriendo".

La gente compra, se resiste a envejecer,
y el teatro de la calle cada vez suplanta más
a la delicadeza
y espontaneidad
del de dentro de los garitos:
hay una pugna,
de uno por parecerse a otro.
Uno es la vida. El otro, también,
pero ya no importan los actores,
importa actuar,
y se actúa mejor fuera que dentro.
Es el ritual que hay que ver
sin sentarse con las luces apagadas
porque todo echa a rodar sólo
sin el reloj en la mano.
Puedes ser un testigo de excepción
o la excepción.
Esa es tu buena decisión,
así que piensa bien lo que vas a decidir.

Pero yo me siento LIBRE,
plantando una semilla en ningún cuerpo,
en el vacío,
en el registro de un papel blanco,
más blanco que volver
de conocer a la muerte
y estrecharle la mano
mirándola a los ojos.

Me siento LIBRE
en 40 metros cuadrados,
con mi pequeño colchón de risa,
con mis cervezas a media noche
y escribiendo la muerte de los toros
en su cornamenta de sangre y fuego.

Y, por algún motivo,
el mundo loco
empieza a adelantarse a mis pasos,
a inclinarse,
a pedirme la hora
y tocarme el hombro
con la mano equivocada,
a inclinarse, vaya.
Y ahí es cuando no confío en los ojos
en que no pueda caerme
sin poder asomarme primero,
en los ojos que hay fuera preparando
algún tipo de baile,
en los ojos que están más allá
de este submundo
con el que me encuentro
cada noche que escribo
y me siento LIBRE.

sábado, 11 de julio de 2009

No pagues a donde quieras ir


Quién llamó a los desconocidos.
Y quién hizo el amago de hacerlo.
Quién es quién
y cuánto cuesta
ir de aquí a allá
sin que a uno le cueste la mirada,
y el dinero en él
y el toque de corneta
o el minúsculo toquecito de gorra.

Quién es quién
y quién puede devolverme a mi
algo.
Un camino
un sendero empedrado,
el punto final,
el billete de metro para que nunca regreses
pero mires el principio.
Quién coño es quién en esta vida.

viernes, 10 de julio de 2009

Poema en una noche de Bruselas




A las cuatro horas de la mañana
El chico ya no quería más voces.
Volví a tirarle una silla de la cocina
contra su puerta
Y aporrearla
hasta que me sangraron los nudillos:
-¡Maricón, sal y relaciónate!
Creyó que me había vuelto loco
Y lo cierto es que tenía la absoluta razón.
Pero pudo haber optado por ser amable
Y no lo fue.
Simplemente una estupenda música del café París
De los años 40 sonaba en mi ordenador
Y ponía la banda sonora
a mi locura transitoria
Una noche que no recuerdo
Pero que a buen seguro
El hijo de la casera sí que lo hará.
Era como traerse
hasta la misma silla de la cocina
o del cuarto del baño a Paco Ibáñez y oírle tocar
todas esas mariconadas a pie de campo
pero todos allí sentados,
en un pequeño taburete de madera sólo para ti
desencajando la guitarra
y levantando las cigarras a coro.
El hielo de mantener fija la mirada, pensaba.
Eso es peligroso para un hombre.
Mierda, estoy jodido.
Es decir, aquellos pensamientos
me devolvían cierta dignidad
mientras la tristeza iba dejando caer
cada día sus monedas de céntimos
sobre mi pozo.
Una y una y luego otra cayendo casi de canto
como si nos hubiéramos hallado
todos juntos aquellos que teníamos algo que decir
aquella noche de batalla sin causa.
Perro que ni me deja ni se calla. Como una pena importuna
que te levanta cada mañana con el hueso en sus dientes,
riéndose desde el infierno.
Sé que suena como un maricón
a punto de escribir su primer poema
y sé que no soy el poeta
más políticamete correcto (¿qué cojones es esto?)
pero hoy tocan en la calle blues
y los negros vuelven a retomar el pulso del jazz.
Y estoy en este mundo tan raro del que siempre hablo a nadie.
Eso me da algo de vida.
Salgo a los bares
pero veo el gesto aguantando
en otras personas
y esperando otra carne calada
como una pequeña flor abriendo
sus colores a la lluvia.
Y todo aquello pasa
y pasa
y lleva el verbo del recorrido en sus arterias
y la gente rueda,
camina,
va en bicicleta
y vuelven a volverse locos todos,
y se gritan y escupen a la cara
y se dicen los poemas más bellos sin mirarse a los ojos
y, como no, también se amamantan de cuentos de Cortázar,
pagan psiquiatras
y los doctores miran sus relojes
con puntualidad y les dicen ¡ohhhh, no se preocupe,
tendremos que dejarlo para la sesión siguiente!
¡Nos vemos!
Pues nos vemos entonces cuando quiera usted tomarse un café, señor, pienso,
Y yo me pregunto
donde están todos esos locos
que merecen la pena conocerse
y te miran a los ojos y sonríen siempre
con una mirada
en que parece posarse la luna para romperse
como un huevo
a punto de echarse en un caldo.
Parece que uno encuentra en ellos la sonrisa
de la niñez. Riéte siempre en la cuna.
Defendieron su locura, creo,
boli a boli,
cerveza a cerveza,
risa a risa,
jazmín a jazmín
como los que tocaron antes de dormirse
antes de sentirse un fuego, un alma
y otra sonrisa.
Se escondieron como yo,
como los pequeños genios demolidos
de segunda fila,
aquellos que levantan y esculpen
las sonrisas todavía en aquellas personas
que no llevan el desierto ni el sonido de la masa.
Al menos, me digo, hay una de las dos partes
Que recuerda aquel trágico momento
En el que él, el hijo de la casera, debió de pasar un miedo,
pero recordó esa tristeza en mis ojos.

miércoles, 1 de julio de 2009

Los Peter Pan que no quedan


Machácate, pártete la espalda:
sueña, vive y muere sobre un colchón
que conozcas o ni siquiera hallas imaginado.
Pero no pierdas el norte,
sé quién eres y quien solías ser.
Deja de lado a los amigos que no sean tus amigos.
Apuesta por las mujeres que crean en ti,
y no porque crean en ti
sino porque en sus ojos está la sinceridad
de la fidelidad.
"Tú puedes leer: no te voy a dejar abandonado en este banco".
He aprendido pocas cosas en esta vida
pero una de ellas es que tras soñar
y luego volver a la puta realidad,
hay personas,
botellas vacías,
camisas rotas, sangre, lágrimas, vidas destrozadas, almas que se refugian en otros continentes o en su propia casa a tres palmos de la felicidad.
Pero, sobre todo, hay personas.
Uno merece estar sólo buenamente cuando lo necesita,
pero si pierde a las personas que quiere,
le quieren,
apuestan por él como una casa de apuestas
y le son fieles o le creen
solamente le queda a uno
una lata de cerveza, si es que bebe,
unas manos y sobre ellas, si es que uno sabe describir su forma,
un alma rota en forma de sonrisa pervertida.

Groucho Marx.

Café en el turco de Saint-Josse


Todo el mundo escribe
sobre la muerte.
Y todos ellos están más vivos que nunca.
Una vez conocí a un chico soñador:
se le veía en sus ojos la sonrisa de Peter Pan desangelado.
Las ganas por ayudar a los demás
y no solamente en el dilatado sentido de la palabra.

Ese chico desapareció con las cenizas del tiempo.
Se olvidó de recoger su cadáver en la funeraria
cuando los demás iban cayendo uno a uno
en el entierro de cada generación.
Fue pausado el sueño e incluso le dijo a su novia
con los ojos abiertos que quería ser escritor
o poeta
o contar simplemente algo a los demás
y comerse las piedras
y el maldito mundo de almidón
y llorar a los editores si hubiese echo falta
para que publicasen sus relatos.

Y ese chico de ojos tristes, de mirada aguda,
iba al baño, le decían, a mirarse al espejo
e intentar ver generaciones de jóvenes tras él
empuñando un codo,
sin molestarse,
cada uno diciendo lo suyo
pero con un buen bloc de notas relleno
de cosas que pareciesen inteligentes.
Cosas que nadie había pensado antes
o tenido el temor de decirlas.
Veía la cara de un soñador imberbe
cayendo en la propia cuenta de un idealista.
Pero idealista cabreado con el mundo.

Se dijo que ahora mismo, en ese instante,
caminaría y las hojas se convertirían en pétalos de azucenas,
en ramas a punto de cebar y quebrar una conciencia,
que todo cambiaría de una puta vez. Se las pagarían todas juntas
porque ya nadie, o si no pocos, acudirían a los entierros
con las lágrimas en un pañuelo:
Ahora, tendrán motivos para llorar frente al mismo espejo
en el que él solía pasar su dedo índice.
Sí, sería una buena y provechosa casa-museo
de un ángel sin alas. Las tiraría al cubo en cualquier caso
o en cualquier pelea de madrugada.

Y ahora los soñadores están subidos en las cornisas,
sentados en el capó de los coches,
apurando su bebida, sus sueños,
acudiendo cada tarde a los cursos de formación subvencionados
por el Estado o por su empresa,
mientras a nadie le importa el nido
que dejan las palabras del papel:
la escritura está muerta,
su escritura está muerta,
sus labios están muertos,
sus manos todavía dan pinceladas de un lejano destello
pero también están más muertas que nunca,
y mira por la ventana el chaval de la pequeña perilla
desde un pequeño estudio,
ya bastante lejos de las azucenas, de las rocas, de los colchones donde antes había una compañía
y ahora ve bultos, sacos, estanterías llenas de cosas
sin llenar nada importante por todos lados,
esperando que el hijo de la vecina
literalmente salga de la ventana, escale cada tarde por el tejado,
y esperando caer también el sol
a que se precipite como un suicida teja a teja por el patio interior.

Ahora todo eso pasa en tiempo real y no hay nada de soñador en la cuartilla de un papel,
donde el chiquillo con aspiraciones de joven,
ya no está tumbado sobre la cama,
pasando su brazo por el cuello de una desconocida.
De pie, y dejando su boli, se mira al espejo.
Ese chico solía ser yo.