sábado, 11 de diciembre de 2010

Cárcel me arranca


Sé que no quiero hacerlo, que no quiero decirlo,
y al menos se me dice mansamente
dónde están mis límites.

He visto hoy morir impunemente a mis nietos
los he visto besar la mansedumbre de la tierra seca y agria,
aplacarse, arremolinarse los astros en picado
y en un puño,
caer sus huesos sobre sí en una azalea,
en su lomo desamparado y cobarde.

No hacía más en el sueño o en la tarde obscena
que domar mis libras de carne al viento
y todos me miraban desapasionados, lúgubres, despavoridos,
quietos en la velada del día cuerdo.

Yo, arrojado a las ascuas,
me di llanto, me di un ocaso,
me concedí un pensamiento consagrado.
Y Tú, sólo Tú
a la tarde le pones tú el nombre porque sí,
feroz lince del amor impoluto y violento.

Eres río, turbia urbe, pura,
agua tormentosa, definida, acabada,
cancela abierta en la cárcel de mis días,
por qué se mueren más los muertos,
por qué se mueren sin copla,
por qué se mueren,
sin riña,
sin escarmiento,
sin llanto eterno.

viernes, 1 de octubre de 2010

Desde la locura


Perro hambriento, nubes, qué digo;
manojo de cuerpo huesudo
viendo su final,
acordes de la orfandad.

Tú en vilo.
Tú en vilo.
Tú en vilo.

Pasillos, reguero de luz finísima,
maremoto muerto,
locura.
Bromuro en las entrañas.
Suerte al sístole
si te aguanta la vocación
de tu sonrisa eterna:
el hombre busca saciar su hambre
pero no se atiene a su invierno,
a su santo invierno revelador;
más,
a su hambre,
a su hombría ya saciada.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Librillo


En la vida pueden oírse tres cosas, tres: estás gordo, triunfarás y tu madre se ha muerto. Prefiero elegir la última y dejar flores sobre alguna parte donde antes sacrificaron un cordero y la nueva civilización bebió de su sangre como un manantial de eterna juventud.

Después ya vinieron otras cosas y con esas mismas cosas, la gente comenzó a construirse, a venirse a arriba, a materializar aquel sueño hereje que otros compartieron y, por él, otros tantos fueron a la hoguera. "Yo sé que ha pasado algo, que está pasando", escuchaba bramar de la boca de una mujer mayor desdentada en un café. Quizá todo eso sea el principio de todo aquello.

Una vez escribí en un folio de una forma telegráfica en una noche de borrachera: "Ser Julio Cortázar y esconder libros para la posteridad. No descifrar relatos y, sobre todo, no recitar poemas a tu mujer (especialmente cuando sean verdad)".

Bajo las últimas líneas anoté lo siguiente (entonces no comprendía por qué y ahora creo que de alguna manera sí): "El futuro del hombre y de su piel comienza en la mujer". Quizá haya un poco de razón en aquellas palabras demenciales.

"Qué dirán, qué se dirá de mí
cuando se quemen los papeles y mi memoria.
Qué será de mí
y de mi rostro maldito,
cuando pases de una estación a otra
y vayas viendo
apagarse mi calor silencioso,
y haber sido para ti
un padre,
un hermano,
un nieto
o tal vez un sobrino que se muere
en un junco de cama al atardecer"

Spam


"Era una pena que hablaba un lustro.
¡Qué digo! ¡Décadas! ¡Un decenio acobardado!
Ver aquel sexo deshecho y humeante pasadas dos horas desde que se había ido, sólo podía rememorarme cataratas, colas de supermercado interminables, genios encadenados en sus aulas, mujeres pasadas de edad con la permanente, gritos, voces, alaridos...Angustia ante una tumba abierta del narrador que falleció tempranamente sin haber acabado su obra."

viernes, 10 de septiembre de 2010

Latencia


Ahora sólo soy viejo
y sólo lamento no entenderme:
que el entusiasmo me olvide,
que el cuerpo no me responda con los años
a la tarde caída.
El no apurar este testamento de vida en la jauría;
dar mi voz a la voz
del que no la tiene;
acompasar el buen recuerdo del olvido,
al camino.
Ser poeta, y la vez, decir lo siguiente:
soy nadie.
Estoy maldito.
Sólo soy un anciano escribiendo a media tarde
sepultado por libros,
apurando velas.

http://www.youtube.com/watch?v=7Cduxc3_1ZI&NR=1

miércoles, 14 de julio de 2010

Risas en el patio de atrás


No me hallo aquí
("Ya echarás raíces")
pero vine para morirte como buena ciudad de mi nacimiento,
para verte a la intemperie
para cerrar ventana a ventana sin cerrojos.

Y digo esto
mientras veo este juego de artillería
al ocaso,
real
y en movimiento,
que no son más
que las nubes locas,
corrientes
y desgajadas
de la temprana caída de julio.

sábado, 10 de julio de 2010

Yestre, vacaciones los tres


Nunca te vayas a casa
como un perdedor más de tu mujer.
Como una esquirla en la carne astillada,
como un rostro sin mañana.

Y en la baja vera,
tu fidelidad,
tu callejuela,
tu tinto añado sobre el cuenco de madera,
la borrachera infinita sin sentido,
la escritura sin nombre,
y sin amo.

Acaba conmigo dice la hogaza de pan
y la mujer que siembra al atardecer:

"Ni Dios en las acacias,
ni Patria en tus entrañas,
ni dueño en tu cava,
en tu hondo corazón ondulado",

-canta la zarandera al zumbido de la sombra en verano-.

-Canta, entonces, canta....

(dice la loca del pueblo)

Overlanding


Uno a veces tiene la certeza o la absoluta arrogancia de creer que es único e irrepetible. Que a su asemejanza no hay cualquiera, ni siquiera alguien desconocido que admita el género de la duda abanicable, el perdón famélico, el aliento quebrado, la carestía intelectual o bien, y más acertadamente, la rotura de una falsa humildad que sueña por la paz de los demás, sabiendo, eso sí, que no está ni se espera su recuerdo. Y, en ocasiones, más de las que uno puede anotar, sencillamente se ha equivocado y ha esquivado el folio pero ha cogido el papel de estraza.

Anoche, un día llano en que vi caer las cuerdas de ese guiñol de las tertulias en que todos alguna vez nos hemos sentado, caí al punto final de la siguiente línea. Mi cara parece un renglón torcido le dijo el que no vivía para soñar a su jorobada que le esperaba millas arriba y cuyo puesto era un bonito culo y una placa que decía soy editora y puedes besar mi vientre.

Temimos ese corazón en la garganta, la luz de la puesta del nuevo día, el verte otra vez, el olvido, las temidas máscaras humanas al atardecer, esas que hunden al ser en la lejanía. Yo, por mi parte, le pedí a mi acompañante el ingrato favor del que se sabe perdiendo y quiere saberse: dame más dinero para beber.

Perder a la familia te obliga a buscar a la familia. Como la obra de Overlanding y del genio cabreado que hace leer a los demás para conducir y no ser conducido. Y digo yo que la obra estará ahí sobre las tumbas y nos estará esperando el conserje con nuestro cigarro encendido para que le demos la primera calada y nos sepa a gloria la tierra sombría, el abrazo, la violetera, el ramillete de reproches, la costa vacía con sus manos de sal abandonada. Y en definitiva la tierra que llega a ser tu tierra a costa de entrar por los demás.

Nacido para esto,

por esto, dijo el otro también,

el jefe de la guarnición de los bares.

jueves, 8 de julio de 2010

Monstruo de papel


Bien, vienes a verme. Al lugar donde nací. Creciendo en la espiga, en el ramal, te veo jugando con el patinete y reír y reír contigo toda una generación. Todavía oigo a tu madre decirme desde el lecho de agua fría que es tu temperamento reunido en dos labios caidos y en tu cabello de luz. Callan los bidones, me como la locura y la comida comienza a saberme a mar.

¿Te lo he contado alguna vez? Chifla, rejón, estepa, ardor. Un día te llamé con ojos locos inventando palabras y vi la alambrada donde callaba el búho. Ahora te veo comiéndote los renglones y yo te dije que la comida ya no me sabía a sangre. Yo, que estaba para amordazar a los cencerros, que la medicación se había acabado en el vaso polvoriento.

Te imagino echarte las manos a la cabeza y rodar y rodar las hojas y el genio de los bucles sin que te salga una letra, pensando si yo aún las estoy escribiendo y a quién. Y quiero contarte esto ahora que el mundo se ha callado a voz lenta. Porque se ha quedado sin voz simplemente y se les ha caido el lenguaje.

Y vienen unos cuantos de las manos y me miran secamente. Dan miedo. Y me preguntan, me inquieren. Quieren que diga algo, dibujan el gesto de los dedos aporreando el teclado. Y me quedo como un pasmarote; ni siquiera pensando, vaya, ni si quiera acertando qué quieren decirme. Creen que me convertí en el deseo, en su pequeño juguete con alitosis pero que traspasa las fibras y las mentes y es capaz de llegar a otros.

Pero es que me digo, hijo mio, que no saben hacer otra cosa. Y ahí viene el suicidio colectivo, el cuerpo inerme, la jartá, el grito-lumbre del que hablaba la abuela cuando el abuelo se pegó con la cabeza con el marco de la puerta. Pero también viene el burro de la vecina. Y éste sí sabe hablar y me dice cosas ingratas e interesantes. Pero habla y habla con esos labios rotos y acicalados verdes apestando al alcohol. Y me quiere el jodio burro al que se le puede poner un alejandrino en el lomo. Y le beso y abre sus ojos locos. Por qué no -me digo-, por qué no.

Ya, sí ya sé que te imaginas que garabateo el papel y hago barcos, estopas, flores, ojos de chinos y de raudal, cataratas. Y yo cómo te pregunto ahora si las generaciones que vienen han escuchado o escucharán si saben el precio de todo esto. El bombardeo. De aquí a allá, me comentabas, Javier, que te saltas a las matas, que te pasas al establo de los sueños.

Y ahora veo volar a los vecinos y a su miedo. Caer la noche. Cerrar sus puertas, prender las candelas, el murmullo y soplar, soplar, soplando se va la vida tras las casas y cuesta ser uno más. Un solitario bebiendo. Una espiga, ahí, recreada, creyendo ser el huracán de una diminuta letra que a veces va y viene y caprichosa al papel.

Maldito genio que tienes la voluntad de elegir aquella bella historia.


martes, 22 de junio de 2010

La yegua blanca

"Tenía un ojo abierto del todo que, ciego en su vida, ahora que estaba muerto parecía como si mirara", Juan Ramón Jiménez


Quizá es el dolor la gran rueda de molino perfectamente engrasada la que hace que las personas sigan estando juntas y, de manera más sencilla, la capacidad de llevarlo a cabo de manera más o menos deliberada. Hay un dicho que dice que cien años de cal, vendrán después que miles de años de rencores. Solapar, soslayar y enterrar con todo. Picos, palas, memoria, gente que cambia de generación y sigue siendo el mismo cuerpo.

En estas líneas, al ser anónimo, se le cuentan muchas cosas, tantas que en sí mismas podrían no valer un chusco. Pero en la alta noche, cuando aquellas tribus y pobladores se hayan ido y nosotros hayamos formado parte de una incierta masa de personas, siempre se pasará rodando una pregunta. Del uno al otro, al extraño, al cercano, al lejano por ideas y por pensamiento. Tal vez de manera oral, tal vez escrita en un muro de arcilla. Y aquello, ahora que se apagan las horas, y se van tantas cosas, seguimos de pies, libres, con la carta en la mano, sabiéndonos poseedores de algo para marcharnos, continuamos aquí, sorbiendo el vaso, tocando con el dedo índice las migas encima de la mesa, mirando por encima de las gafas aquel programa y escuchando una voz de fondo en ese afán de hilo musical que tiende a darnos conversación cuando no la queremos.


Ya lo dijo aquel pequeño gran hombre de Moher: y la yegua está vacía, vacía, vacía, como lo estaba el pueblo. Oscurecida la noche, aborregadas las nubes rosas, ese cuerpo, que antes, entre risas y maldades, fue apedreado y la calle fue oscura, en poniente (donde fuese), con un cuerpo que daba luz y calor a toda la aldea en una maldita noche en que el moridero estaba cerrado y las tumbas cívicas, esas donde todavía los vivos siguen jugando a la rana, abiertas.

Quizá también estemos pidiendo paz para un cuerpo y yo forme parte de ese trato acordado que está en cada mirada enjuta, perdida, horadada. Ya es tiempo dando vueltas a esto, ya lo es de veras.

viernes, 4 de junio de 2010

Vendas, más vendas


Molés, Molés, Molés,
dónde calienta la sangre albera sin vilo,
hasta cuando abre sus filos la espada sin virtud,
por qué corremos para ver de frente al rejoneador
de la blanca piel de luna
con su traje de tachuelas anaranjadas.

Una y siete veces siempre me hice tales preguntas.
Indagué profanamente en la sencillez más estúpida,
alejándome de quién era y quién quería ser.

Siempre le dije al corro de niños de la plazuela
que jugaban a darse la mano
y separarse,
que jugaran también llegado el momento
a encontrarse,
a decirse a sí mismos
quién dijo que todo fuese fácil.

¿Y si aquello que les contaba con gesto sereno
finalmente haya sido verdad, sea verdad?

Y si así lo fuera en nuestra servidumbre,
por qué la humanidad vuelve a esperar
su tumba y su velo,
su daga abierta al ocaso
del costado en el mediodía,
mansa, siempre mansa,
prudente, acertada
-ya conoces su senil tregua-,
y nunca cobarde.

Molés,
ya hace tiempo que se despide el que estas líneas te escribe,
subido en la membrana del campo
con la mirada alta y apagada,
viendo caer la sangre caliente de muchas cosas
que por tantas nunca restaron su importancia
sobre el fruto maduro,
¡si la vieras ya posada y hueca como el asno aguerrido!
como cientos de ojos
que todavía acuden religiosamente a ver aquello sin mirar,
a lo que llamamos estoque, templanza, arte,
hombría,
familia,
corrida,
amor homicida.

Viva entonces pues todo ello,
que viva si ha de vivir
y no me alcance más una vaga duda,
y por mi, que yo muera murmurando,
con la boca lenta, cerrada, extinguida,
de algún modo que sea el primero
en morir de esa manera
y lo firme sobre el río
al que quiero acudir a su encuentro
y besar su calavera
y darle mis cenizas.

domingo, 7 de febrero de 2010

Pueblo


Ayer caminaba solo,
y en el cruce de La Ballesta,
los ancianos de la corrala
ofrecían sus dentaduras a los gritos
y se miraban de espaldas a los espejos.

Las tinajas estaban llenas;
había sed de luna amordazada.
En el río, bajo su lecho aguardiente, pleno y cuajado de ojales en sombra,
las cinturas de los hombres que ya cayeron,
llamaban, palmeaban las hendiduras de las rocas
buscando el tesoro, afanosamente,
de los niños que venían a nacer
bajo los brazos del roble alto.

-"Que vienen, que vienen",
(decían esperando la lluvia de pedradas)

Pero las voces eran poco menos
que dos manchas de naranjas suicidándose
en las copas de los almendros.

En las tapias era otro qué decir:
los ancianos, los mismos ancianos de la sien trémula
volvían a hacer su trabajo
y enseñaban a los extranjeros el cómo.
Cómo volver a ver la luz de la mañana, también decían.

"Hay que acuchillar a estos negros que vienen del más allá.
En su sangre hay potros blancos
que van de aquí al cielo
y de allí a los charcos
de cada establo".

Era una historia de allí, de allí
qué va a importar ya...