miércoles, 14 de julio de 2010

Risas en el patio de atrás


No me hallo aquí
("Ya echarás raíces")
pero vine para morirte como buena ciudad de mi nacimiento,
para verte a la intemperie
para cerrar ventana a ventana sin cerrojos.

Y digo esto
mientras veo este juego de artillería
al ocaso,
real
y en movimiento,
que no son más
que las nubes locas,
corrientes
y desgajadas
de la temprana caída de julio.

sábado, 10 de julio de 2010

Yestre, vacaciones los tres


Nunca te vayas a casa
como un perdedor más de tu mujer.
Como una esquirla en la carne astillada,
como un rostro sin mañana.

Y en la baja vera,
tu fidelidad,
tu callejuela,
tu tinto añado sobre el cuenco de madera,
la borrachera infinita sin sentido,
la escritura sin nombre,
y sin amo.

Acaba conmigo dice la hogaza de pan
y la mujer que siembra al atardecer:

"Ni Dios en las acacias,
ni Patria en tus entrañas,
ni dueño en tu cava,
en tu hondo corazón ondulado",

-canta la zarandera al zumbido de la sombra en verano-.

-Canta, entonces, canta....

(dice la loca del pueblo)

Overlanding


Uno a veces tiene la certeza o la absoluta arrogancia de creer que es único e irrepetible. Que a su asemejanza no hay cualquiera, ni siquiera alguien desconocido que admita el género de la duda abanicable, el perdón famélico, el aliento quebrado, la carestía intelectual o bien, y más acertadamente, la rotura de una falsa humildad que sueña por la paz de los demás, sabiendo, eso sí, que no está ni se espera su recuerdo. Y, en ocasiones, más de las que uno puede anotar, sencillamente se ha equivocado y ha esquivado el folio pero ha cogido el papel de estraza.

Anoche, un día llano en que vi caer las cuerdas de ese guiñol de las tertulias en que todos alguna vez nos hemos sentado, caí al punto final de la siguiente línea. Mi cara parece un renglón torcido le dijo el que no vivía para soñar a su jorobada que le esperaba millas arriba y cuyo puesto era un bonito culo y una placa que decía soy editora y puedes besar mi vientre.

Temimos ese corazón en la garganta, la luz de la puesta del nuevo día, el verte otra vez, el olvido, las temidas máscaras humanas al atardecer, esas que hunden al ser en la lejanía. Yo, por mi parte, le pedí a mi acompañante el ingrato favor del que se sabe perdiendo y quiere saberse: dame más dinero para beber.

Perder a la familia te obliga a buscar a la familia. Como la obra de Overlanding y del genio cabreado que hace leer a los demás para conducir y no ser conducido. Y digo yo que la obra estará ahí sobre las tumbas y nos estará esperando el conserje con nuestro cigarro encendido para que le demos la primera calada y nos sepa a gloria la tierra sombría, el abrazo, la violetera, el ramillete de reproches, la costa vacía con sus manos de sal abandonada. Y en definitiva la tierra que llega a ser tu tierra a costa de entrar por los demás.

Nacido para esto,

por esto, dijo el otro también,

el jefe de la guarnición de los bares.

jueves, 8 de julio de 2010

Monstruo de papel


Bien, vienes a verme. Al lugar donde nací. Creciendo en la espiga, en el ramal, te veo jugando con el patinete y reír y reír contigo toda una generación. Todavía oigo a tu madre decirme desde el lecho de agua fría que es tu temperamento reunido en dos labios caidos y en tu cabello de luz. Callan los bidones, me como la locura y la comida comienza a saberme a mar.

¿Te lo he contado alguna vez? Chifla, rejón, estepa, ardor. Un día te llamé con ojos locos inventando palabras y vi la alambrada donde callaba el búho. Ahora te veo comiéndote los renglones y yo te dije que la comida ya no me sabía a sangre. Yo, que estaba para amordazar a los cencerros, que la medicación se había acabado en el vaso polvoriento.

Te imagino echarte las manos a la cabeza y rodar y rodar las hojas y el genio de los bucles sin que te salga una letra, pensando si yo aún las estoy escribiendo y a quién. Y quiero contarte esto ahora que el mundo se ha callado a voz lenta. Porque se ha quedado sin voz simplemente y se les ha caido el lenguaje.

Y vienen unos cuantos de las manos y me miran secamente. Dan miedo. Y me preguntan, me inquieren. Quieren que diga algo, dibujan el gesto de los dedos aporreando el teclado. Y me quedo como un pasmarote; ni siquiera pensando, vaya, ni si quiera acertando qué quieren decirme. Creen que me convertí en el deseo, en su pequeño juguete con alitosis pero que traspasa las fibras y las mentes y es capaz de llegar a otros.

Pero es que me digo, hijo mio, que no saben hacer otra cosa. Y ahí viene el suicidio colectivo, el cuerpo inerme, la jartá, el grito-lumbre del que hablaba la abuela cuando el abuelo se pegó con la cabeza con el marco de la puerta. Pero también viene el burro de la vecina. Y éste sí sabe hablar y me dice cosas ingratas e interesantes. Pero habla y habla con esos labios rotos y acicalados verdes apestando al alcohol. Y me quiere el jodio burro al que se le puede poner un alejandrino en el lomo. Y le beso y abre sus ojos locos. Por qué no -me digo-, por qué no.

Ya, sí ya sé que te imaginas que garabateo el papel y hago barcos, estopas, flores, ojos de chinos y de raudal, cataratas. Y yo cómo te pregunto ahora si las generaciones que vienen han escuchado o escucharán si saben el precio de todo esto. El bombardeo. De aquí a allá, me comentabas, Javier, que te saltas a las matas, que te pasas al establo de los sueños.

Y ahora veo volar a los vecinos y a su miedo. Caer la noche. Cerrar sus puertas, prender las candelas, el murmullo y soplar, soplar, soplando se va la vida tras las casas y cuesta ser uno más. Un solitario bebiendo. Una espiga, ahí, recreada, creyendo ser el huracán de una diminuta letra que a veces va y viene y caprichosa al papel.

Maldito genio que tienes la voluntad de elegir aquella bella historia.