sábado, 11 de diciembre de 2010

Cárcel me arranca


Sé que no quiero hacerlo, que no quiero decirlo,
y al menos se me dice mansamente
dónde están mis límites.

He visto hoy morir impunemente a mis nietos
los he visto besar la mansedumbre de la tierra seca y agria,
aplacarse, arremolinarse los astros en picado
y en un puño,
caer sus huesos sobre sí en una azalea,
en su lomo desamparado y cobarde.

No hacía más en el sueño o en la tarde obscena
que domar mis libras de carne al viento
y todos me miraban desapasionados, lúgubres, despavoridos,
quietos en la velada del día cuerdo.

Yo, arrojado a las ascuas,
me di llanto, me di un ocaso,
me concedí un pensamiento consagrado.
Y Tú, sólo Tú
a la tarde le pones tú el nombre porque sí,
feroz lince del amor impoluto y violento.

Eres río, turbia urbe, pura,
agua tormentosa, definida, acabada,
cancela abierta en la cárcel de mis días,
por qué se mueren más los muertos,
por qué se mueren sin copla,
por qué se mueren,
sin riña,
sin escarmiento,
sin llanto eterno.