martes, 6 de enero de 2009

Grandes cobardes


Pepito llegó a ser ingeniero y ganó mucho dinero. Tal vez su hermana también gane mucho dinero. Probablemente su primo también lo haga y quizá su sobrino y los hijos de sus hijos sigan esta senda. Fulanito hizo lo propio. Fue farmacéutico, se casó con una acaudalada ricachona de Extremadura y se recortó sus barbas asilvestradas. Vaya, cojones, parecía otra persona. Ese tipo llegará a ser un gran tipo en la vida. A Guillermo le pasa igual. Estudió medicina, llevó una vida ejemplar, se casó joven y le prometió amor eterno a su fea esposa. La felicidad se sirve por las esquinas. Está en cada una de ella. Pídela, tan sólo tienes que levantar la mano. ¿Quieres que te hable de Ricardo? También llegó a ser un gran tipo en la vida…¿O de la vida? Ahora estoy confundido, el caso es que de él se hablaba desde que era pequeño y ya apuntaba maneras…Todo eso consolaba las bocas calenturientas de todos los vecinos y de las figuras paternalistas…El caso es que este no estudió, pero logró pasta rápida, era una persona viva, alegre y, sobre todo, ducho para los negocios. Aunque también se casó…

Todos estos son ejemplos de pura mierda amontonada. Ejemplos de lo que no quisieron ser y, sin embargo, se convirtieron. ¿Te suena la cantinela? El viejo se preparaba con los codos en la mesa y siempre te preparaba su perorata. Que si esto, que si lo otro…Y al final alguno de esos nombres campaba entre las copas de la comida. ¿Y yo para qué quería conocer esas historias? Para nada, en fin, bueno, lasa conocía, dejémoslo ahí…

El negro de la calla Alcalá estaba allí siempre. Puntual, con su habitual racimo de tristeza, con su habitual cara de negro. No pedía, pero siempre llamaba a todo el mundo “jefe”. Ahí iba Carlos, ahí iba “el jefe”. Ahí iba alguien desconocido, ahí iba “el jefe”. Tú ya me entiendes porqué te cuento toda esta mierda. El caso es que el otro día sobró comida y yo estaba preparado para mangarla y dársela. Para parecer que era un pequeño hurto pero el verdadero boss se daría cuenta, así que opté por darle unas monedas. Fue entonces cuando me di cuenta de que no somos más que escorias. No me preguntes porqué. No tengo razón alguna para explicártelo. Un pequeño niño juguetón andaba dándole apenas 20 céntimos. Baja a los infiernos. Están aquí. A pie de calle. Yeahhhhh. Todo vuelve a ser natural. La vida misma. Vaya resaca. Mañana volveré a escribirte.

Por cierto, ¿tienes mis llaves?

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