viernes, 4 de junio de 2010

Vendas, más vendas


Molés, Molés, Molés,
dónde calienta la sangre albera sin vilo,
hasta cuando abre sus filos la espada sin virtud,
por qué corremos para ver de frente al rejoneador
de la blanca piel de luna
con su traje de tachuelas anaranjadas.

Una y siete veces siempre me hice tales preguntas.
Indagué profanamente en la sencillez más estúpida,
alejándome de quién era y quién quería ser.

Siempre le dije al corro de niños de la plazuela
que jugaban a darse la mano
y separarse,
que jugaran también llegado el momento
a encontrarse,
a decirse a sí mismos
quién dijo que todo fuese fácil.

¿Y si aquello que les contaba con gesto sereno
finalmente haya sido verdad, sea verdad?

Y si así lo fuera en nuestra servidumbre,
por qué la humanidad vuelve a esperar
su tumba y su velo,
su daga abierta al ocaso
del costado en el mediodía,
mansa, siempre mansa,
prudente, acertada
-ya conoces su senil tregua-,
y nunca cobarde.

Molés,
ya hace tiempo que se despide el que estas líneas te escribe,
subido en la membrana del campo
con la mirada alta y apagada,
viendo caer la sangre caliente de muchas cosas
que por tantas nunca restaron su importancia
sobre el fruto maduro,
¡si la vieras ya posada y hueca como el asno aguerrido!
como cientos de ojos
que todavía acuden religiosamente a ver aquello sin mirar,
a lo que llamamos estoque, templanza, arte,
hombría,
familia,
corrida,
amor homicida.

Viva entonces pues todo ello,
que viva si ha de vivir
y no me alcance más una vaga duda,
y por mi, que yo muera murmurando,
con la boca lenta, cerrada, extinguida,
de algún modo que sea el primero
en morir de esa manera
y lo firme sobre el río
al que quiero acudir a su encuentro
y besar su calavera
y darle mis cenizas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta como escribes! eres para mi el poeta de mi 'tiempo'.

Espero que sigas escribiendo cada día para aprender mas y mas!

Suerte

Saludos desde Belfast!