viernes, 29 de agosto de 2008

Olores que se pintan solos


Admiro aquellos hombres que se levantan
un día cualquiera por la mañana
y van a comprar el periódico local
o aquella otra revista de papel brillante.

Como quemando soles al introducir sus manos
en unos bolsillos remendados,
van contando una a una, mentalmente,
los sabores de su próxima compra.
Dejando tras de sí, a cada paso,
los secretos de una alcoba calentada
por un cuerpo casi todavía presente.

Pero es hoy cuando tengo que decirte
que mi cama está fría.
Y, a decir verdad, no desde hace minutos, segundos, o tal vez días,
sino desde madurados meses cobijados en su propia lujuria,
una locura tempranamente pervertida.

He de confesarte (es verdad) que se trata, algo así,
como de un rayo cesante y quebrador de almas,
como un relámpago de hielo
que escarcha las amansadas sábanas solitarias.
Y empecé este poema,
recordando cómo se escribían
aquellos versos seguros de amor, de abandono, de penas, de gloria también,
pero no salieron más que nudos de palabras
en una agarrotada manta de sílabas,
que a mi me parecían livianas
pero rodaban pisando los pies de los transeúntes.

Y así fue, más o menos,
como llegué a deberme una parte a mi mismo cada mañana de otoño,
y de verano,
y del resto de estaciones que tú bien recuerdas
y así no tardabas
en poner tus yemas
para que yo parafraseara como un tartamudo solitario.

Creo que lo conseguiste
por cuanto me considero un inquilino
en una azotea poblada de creación apagada
y que, a veces, truena con un espumoso oleaje marimandón.

Pero hoy es hoy,
y mañana tal vez sea otro día
en el que ya, a lo mejor, ya no me encuentre.
Y la cama me recuerda a un noble océano
en que la luna cayó rota de espanto,
rompiendo las costuras de los cojines
en los que tu solías apoyar tus pensamientos.

Y aún hay más razones por la que creo que mi cama
se conjura fría e inhóspita.
Puede ser el reloj roto junto a la lámpara,
los zapatos mordidos por el tiempo,
o quizá, y más posiblemente, el medio vaso de bourbon
y el cuarto de paquete de cigarrillos rubios
que debí dejar aparcados sobre la mesilla.

Y yo no fumo
y también solía decir
que no tenía por costumbre beber entre horas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquí dejo, en tus letras, mi huella amiga como paso por aquí
Un abrazo, Monica


Mónica Suhurt