jueves, 23 de septiembre de 2010

Librillo


En la vida pueden oírse tres cosas, tres: estás gordo, triunfarás y tu madre se ha muerto. Prefiero elegir la última y dejar flores sobre alguna parte donde antes sacrificaron un cordero y la nueva civilización bebió de su sangre como un manantial de eterna juventud.

Después ya vinieron otras cosas y con esas mismas cosas, la gente comenzó a construirse, a venirse a arriba, a materializar aquel sueño hereje que otros compartieron y, por él, otros tantos fueron a la hoguera. "Yo sé que ha pasado algo, que está pasando", escuchaba bramar de la boca de una mujer mayor desdentada en un café. Quizá todo eso sea el principio de todo aquello.

Una vez escribí en un folio de una forma telegráfica en una noche de borrachera: "Ser Julio Cortázar y esconder libros para la posteridad. No descifrar relatos y, sobre todo, no recitar poemas a tu mujer (especialmente cuando sean verdad)".

Bajo las últimas líneas anoté lo siguiente (entonces no comprendía por qué y ahora creo que de alguna manera sí): "El futuro del hombre y de su piel comienza en la mujer". Quizá haya un poco de razón en aquellas palabras demenciales.

"Qué dirán, qué se dirá de mí
cuando se quemen los papeles y mi memoria.
Qué será de mí
y de mi rostro maldito,
cuando pases de una estación a otra
y vayas viendo
apagarse mi calor silencioso,
y haber sido para ti
un padre,
un hermano,
un nieto
o tal vez un sobrino que se muere
en un junco de cama al atardecer"

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