miércoles, 9 de febrero de 2011

A Fide

Recuerdo a Fide muerta por el cáncer,
por un cáncer remoto e impoluto recogido sobre las sábanas.

La recuerdo en una adolescencia mía de los 15 años
indolente y apadrinada por el juego, por la contraorden,
por la condescencia sin preocupaciones...

Recuerdo su cara como un estanque cerrado de agua embalsamada.
Su cuerpo donde se reflejaban las chimeneas de oro turbias
sobre ese mismo agua obscena
que era su cuerpo y su alma.

La noche estaba alta, las risas prendían y los farolillos, puntuales,
daban luz,
luz, a una ciudad de adoquines y aullidos.

Hoy escuché en la radio la historia de un nieto a su hijo.
Decía así:
''Abuelo habrás de recordarme lejos, donde te halles.
Allí donde los desconocidos te hayan robado los secretos
y te den ramos de flores.
Yo te guardo una parte para mí cuando morir haya de ser un trámite.
Como atesoro tu rostro desdibujado en nuestra pequeña casa:
tus manos excéntricas y huesudas,
tu cabello corto sobre la calavera horadada por el sol.
Tu chisquero y tu cigarro nervioso sobre el labio inferior afilado.
Tu racimo de uvas envuelto en el periódico de la mañana.
Así recuerdo''.

Y, a mí, por mi parte, ahora diré
que otro rostro,
la misma faz de mi nieta, de mi abuelo,
o yo quizá de su hijo
-perdonadme, yo no sé...
he confundido los lazos con los años-
ha venido a cuajarme,
a inquietarme brevemente mi memoria febril,
me ha quebrantado una legua de sueño
y pronto la he vuelto a olvidar y verse alejarse hacia la tumba
como resolvía de costumbre,
discreta, amarga, sencilla, besando el sueño del que no besa

o nunca lo ha hecho.

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