
Una llamada al móvil,
una tensa voz que se agita y entrecorta.
Después, la lluvia, rielan los toldos
azuzados por un tibio viento de otoño
mientras desaparezco
pisando los charcos
que anegan las aceras de Madrid.
Un viejo bar de carreteras,
mi rostro desfigurado: el espejo roto por la mitad.
Taburetes viejos también,
andrajosos rieles que sostiene mi copa.
andrajosos rieles que sostiene mi copa.
Tengo la mirada cansada de no mirar.
De ver sin mirar.
Levanto la frente y ahí está ella:
la gran jefa de rostro ceñido y enjutos labios.
De prendas acunadas en sus sinuosas caderas de burdel.
Tres beben, yo miro.
Miro la copa, bebo mitad;
vuelvo a beberla hasta terminarla
y terminar yo conmigo
en esta historia de barra.
1 comentario:
Una triste historia que casi todos conocemos, gracias por recordárnosla. Un abrazo. Or.
Orlando Santana Cabrera
Publicar un comentario