martes, 20 de octubre de 2009

Cuentas pendientes


El jefe (los jefes) siempre necesita
Un clon para el sonido ambiente,
Una risa expansiva,
abstracta, cóncava, obstinada,
Donde alojar los casquillos de su munición.
El cuarto, el sótano de atrás,
Es donde las personas como yo,
(y no hablo por otras personas),
Con nombres inservibles,
Y hablo bien advirtiendo también
La utilidad de un ser que se nombra
Como una epopeya,
Como la historia contada frente a una hoguera
De risas en cenizas,
Como un buen maridaje que sólo se balbucea
Y no se pronuncia,
Buscan su sitio.

Es ahí, donde el sendero se abre
O parece descubrir algo diferente
A lo antes percatado.
Para mí,
en mí.

Son en las miserias de los hombres silenciosos,
En los bajos fondos de la condición humana,
En sus lastres acordonados,
En la anorexia,
En el suicidio de una mente hemipléjica,
En la mano silente de los pobres,
En los barriles y cubas vacías de locura,
En las hileras del cielo,
-Más allá del cielo-
Donde suben a tocar la parra
Unos dedos hambrientos y locos con la punta
Y en las barberías que diariamente veo
Que se afeita la sangre a láminas…
En todo eso,
Y en algo más que mi sinrazón
No apura
Es donde me siento conforme con lo que soy,
Para lo que soy.

Y en donde habita la pequeña esencia de un hombre-átomo,
Que orilla su carrera y mira de lado,
Que rebusca en la basura de sus cavidades,
En el altillo de sus pesadillas
Y lanza golpes al vacío aplacado,
Mientras coge lentamente un aire
Que le vuelve a poner sobre un combate
que perdura mansa y eternamente.

Ya, ya es hora, de darte el último directo
Y vencerte sucio fantasma,
Y que caigas a una lona inmunda
Porque tú,
Al que no puedo nombrar como noble adversario,
No vas a poder liquidar mi tristeza:
Te falta algo más,
Un escalón que no vas a subir
Con un talonario escrito en la piel,
Para hacer brotar algo que caiga
De este cuerpo indeleble
Que no va a borrar su huella,
Como el barrio nunca borró la mía
Ni su cicatriz.

Olvidas algo importante,
Y es la historia
De un pueblo común
Escrita sobre historias comunes,
Impresionada con un sello al rojo vivo
En los ojos, en la mirada atravesada,
De la histeria
Como un rugoso billete usado
De hace cien años
Que se resiste a desaparecer.

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