viernes, 21 de enero de 2011

Sin título

Donde hay sol, sequedad de luna
Ramal, vientre en la loma caída
y doncellas en tus sienes plateadas.
Donde hay camino, ay hijo, donde hay camino,
preguntárselo al poeta.

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¿Por qué has venido de nuevo
muerte?

Por qué has venido a cuajar en el espejo
y contarme las rodajas de soledad
que hay sobre mi alcoba negra.

Quién te ha dado el camino hasta mis cicatrices.
Ahí están todas ellas,
caminando hacia mi.

Quizá sea cierto.
Quien cierra la puerta
vuelve a agolpar de un portazo sus voces malditas.

En este cuaderno flaco de invierno,
en donde ya no cabe mi cuerpo,
a tientas escarbo la luz sigilosa y cobarde
que me pone frente al espejo otra vez,
otra vez pactada,
como en aquellos condenados años
donde la luz gritaba bajo mi hierva,
bajo mi herencia de futuro cadáver,
y yo era el saco asustado de tempestades de un innoble crío
que huía en su dormitorio cercado por la lumbre,
por el calor de un batallón perdido
en los tiros de salvas muy temprano,
en la primera hora de la guerra al pespuntar el grito,
y también en esas primeras horas en que
las víctimas caían en números con una inicial de sangre,
como yo entre tanta gente
ahogado por la codicia de escapar a otro mundo.

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