domingo, 23 de diciembre de 2007

CUENTO DE NAVIDAD


Buenas a todos aquellos que de manera deliberada o accidentalmente se dejen caer por aquí y leer algunas palabras y posos que son mi pequeño remanente hasta que amanece. Por ello, para mi y para todos vosotros, unos compañeros y yo (que iré presentando como es debido) vamos a inaugurar una serie de cuentos de navidad. Más que cuentos de navidad nos va unir la tarea de intentar sacar adelante algo que sí nos une especialmente a todos: escribir. Lo haremos mejor o peor pero vamos a llegar hasta el final y hasta donde podamos poblar el papel y desgastar nuestras manos.


El primer cuento de navidad lo he empezado yo y no tengo título en la mente que le pueda otorgar de manera especial pero si he de elegir alguno me gustaría llamarlo "LA CAVA". Posteriormente, mis compañeros lo desarrollarán y terminarán. Así, en otros ellos empezarán y yo seré el que también desarrolle o lo finalicé según nos toque....Espero que os guste a todos con lo que vayamos pariendo humildemente y que podamos ofreceros, al menos, cinco minutos de tranquilidad cuando no sepáis qué hacer o qué pensar.


Saludos de todos (Isabel, los dos Javis, Jonathan y Paloma)..Mil gracias a mis compañeros también de parte mía.



“Aquella vez yo te encontré en la nieve.
Me habían dicho: ‘No abras la ventana,
Que tiene mil cuchillos la mañana
Y hoy ni el sol a madrugar se atreve”.


V En la nieve (Testamento del Pájaro Solitario), José Luis Martín Descalzo.



" LA CAVA "



- Lo siento…De verdad…Me hubiera gustado que me conocieras en otra época.

- Vale, lo entiendo…No pasa nada. Que seas feliz...

¡Estúpida! –grité para mis adentros-. Quise negarme y deshacerme. No renombrar los aberrantes hechizos de nuestro lenguaje de taberna. No pude, lo evité hasta que logré contenerme pero llegué como desde el primer día a sus canales.

La noche no ayudaba y su herrumbre dejaba caer sobre mis hombros las estelas y la plata de un cielo acuartelado. Entonces empecé a recordar algunas frases y jarchas. Las repetía una y otra vez. Las trastocaba y me daba exactamente igual porque en realidad quería mandar al carajo a todo el mundo. Deseaba ponerme a escribir todo lo que me había pasado en mi vieja Hispano Olivetti y quemarlo al instante para que no se conociese. Por nadie, jamás.

“Cinco luceros azules que alumbran cinco farolas desde tu calle a la mía. Ves desde mi casa a su casa. Desde mi boca a su boca”. No sé muy bien por qué motivo me revestía de estas canciones pero se agrupaban en mi costado como una herida que nunca deja de sangrar. Además, ---y esta vez.— sentía el latido de dolor de una úlcera en el estomago que padecía desde hacía dos años y que me hacía encorvarme. Parecía un árbol malherido y barrigudo que espolvorea su sombra y no es hombre. Es incierto destino y presente.


No llevaba una vida recomendablemente sana pero tampoco atendía a las pocas recomendaciones que me hacía el pequeño ramillete de amigos que no volaron con los problemas. Tenía 31 y todavía aspiraba a ser un gran escritor. A parir una obra magna y tirarme un día a las vías del tren o bien recordar con un tenaz suicidio el Golden Gate. Y desaparecer por fin. Al menos, volaría dos veces. Claro está que una de ellas sin vuelo de regreso si me conseguía tirar de aquel monstruoso puente.

- ¡Ya, ya, ya!…Me daba cuenta de que estos pensamientos me rondaban precipitadamente pero cada vía cobraban una fuerza embellecedora para su moral. Tenía la firme convicción de que si seguía así no podría levantar la cabeza y volver a mezclarme en esta anónima ciudad. Por ello decidí acostarme, no sin antes tomar mi pequeño chato de aguardiente reglamentario que, pese a sentarme como una cuchillada en una reyerta, me daba la vida para volver a reunirme con mis espíritus en sueños.


“Cinco luceros azules que alumbran cinco farolas desde tu calle a la mía. Ves desde mi casa a su casa. Desde mi boca a su boca”. ¡Maldita sea!...Aquella canción no dejaba de traquetear entre mis huecos…llenaba cada par de mi y me replicaba a cada instante algo que yo no sabía descifrar. Es algo curioso pero a veces he tenido la sensación de que nuestro cabeza va por delante de nosotros como si fuera un ente aparte y no pudiésemos controlarlo.

Me levanté pasadas las siete y media de la mañana. Miré por la exigua ventana de mi pequeño ático de la calle Santo Domingo de Madrid porque había sentido toda la noche el golpear de la fina lluvia sobre las tejas del techo anaranjado. Por la mañana Madrid amaneció como la dejé cuando me acosté.

Ahora una alborada de virutas de ceniza alumbraba las oquedades de nuestra capital. Pero el cielo tenía un cierto toque almibarado y de campo castellano que le otorgaba un voto de confianza y una imagen de convento salmantino. Olía a pan nuevo. Las acacias y las dalias y otras miles de variedades de rosas y plantas jalonaban algunos balcones y tiendas. La capital estaba dispuesta a sentir para que sintieran con ella y yo sólo pensaba que por la noche, cuando volviera a recoger los escombros de mi cuerpo, nadie me esperaría en el sofá, con la mesa puesta o viendo la tele. Yo tampoco tenía a nadie a quién esperar. No sé si eso era bueno o malo pero volvía a hechizarme la idea de encontrarme con la austera y mágica capital a solas. Con su aroma a tabaco y a barra baja….

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno Javier, voy por la segunda, luego te digo