lunes, 24 de marzo de 2008


Desde el año 2004 un grupo de personas compuesto por los historiadores Raúl Domingo y Carmen Dalmau, el fotógrafo Ciuco Gutiérrez, el mismo José Latova (también fotógrafo), y su equipo de colaboradores, como Alberto Martín y un extenso grupo de entusiastas, familiares y profesionales, han prestado generosamente su tiempo, revisando, comprobando y analizando las imágenes hasta conseguir el conocimiento suficiente para la realización de esta exposición.

La muestra 'Crónicas de Retaguardia, Fotografías de la Guerra Civil Española' intenta representar todos los contenidos de un archivo fotográfico hallado con ochocientos noventa negativos. Así, se compone de alrededor de 150 imágenes catalogadas en siete secciones: Los fotógrafos y el archivo, El campo, Vida cotidiana, Retratos, La ciudad destruida, Transporte, Ejército. La ciudad de Madrid se muestra como principal protagonista de esta muestra fotográfica, pero en ella también se encuentran ciudades como Alcalá de Henares y El Escorial.

Cada una de las siete secciones va acompañada a su vez de carteles murales en los que se recogen tanto la explicación histórica como los datos y la cronología.
Tampoco podemos dejar de rememorar todos aquellos periodista y fotógrafos que vivieron de cerca la contienda fratricida que tuvo lugar en España en la década de los años treinta entre los españoles de ambos bandos.

Porque nacionales fueron todos y cada uno que extraiga sus conclusiones y ponga los epítetos que crea conveniente, que diría el poeta. Una de las dos españas ha de helar el corazón a las futuras generaciones que naciesen pero, en este caso, las fotografías ofrecen la cruda realidad de congelar las bocas, casi de forma inmediata, cuando se observan los positivos encontrados.
Es de recibo también acordarse de Antoine de Saint-Exupéry, el realista (y a la vez soñador de mundos) que con su avión proporcionó una nueva visión de plasmar aquello que veía desde las alturas. Trabajó para varios diarios franceses cumpliendo las órdenes de relatar, a través de pequeños reportajes, lo que iba viendo cuando pilotaba su viejo aparato pero también cuando podía pisar tierra firme.
En uno de aquellos viajes, el de 1935, fue el que inspiró a este autor a escribir el libro más vendido de la historia de la literatura: El Principito. Saint-Exupery tuvo que recorrer varios días a pie por el desierto hasta que un beduino le socorrió. Posteriormente, cuando llegó a España volvió a cumplir nuevamente su misión.
Voló a nuestro país y fue enviando una serie de crónicas de los frentes de guerra y, raíz de ellas, con el tiempo, se editó una edición cuidada bajo el título Un sentido a la vida. En un artículo brillante cuenta sus viajes por varias poblaciones de Cataluña y Aragón en compañía de un compatriota, Pépin. Por encargo del consulado de su país, Pépin se entrevista en cada sitio con el comité revolucionario para llevarse a los sacerdotes y frailes franceses que hayan sido detenidos y evitar su ejecución. De este modo Pépin, socialista y anticlerical, salva a muchos religiosos (evidentemente, no a todos: entre los 498 beatos de este domingo hay cinco franceses).
En una ocasión no se contiene y, después de rescatarlo, insulta bárbaramente a un religioso, quien por respuesta le da un abrazo. Pero Saint-Exupéry da lo mejor de sí mismo en otro artículo en el que reproduce el diálogo fraternal a gritos, de trinchera a trinchera, entre dos soldados enemigos en una noche negra y silenciosa:

-“¡Antonio!, ¿estás durmiendo? Soy Leo...”.

-“¡Acuéstate! Es hora de dormir”.
-“Antonio, ¿por qué luchas?”.

-“Por España. ¿Y tú?”.

-“Por el pan de nuestros hermanos... ¡Buenas noches!”.

-“¡Buenas noches!”.

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