lunes, 24 de marzo de 2008

UN SENTIDO A LA VIDA


La nobleza parte de la sinceridad y de las almas de las buenas personas. Reza un antiguo cuento judío que solamente hay 36 personas buenas en la historia cuyas vidas no pasan en balde y siempre, a lo largo de su caminar, dejan una profunda huella en la tierra y en otros seres. Incluso con aquellos que, acaso, cruzaron una mirada con la suya. Sin embargo, ni siquiera estas mismas personas conocen la arbitrariedad y las veleidades de su propio sino.
Y precisamente ahora que los nuevos medios tecnológicos permiten dejar constancia de muchas de éstas historias cargadas de leyenda. O bien no sabría decir si son leyendas cargadas de historia.
Pues bien, ahora que estas fotografías, relatos sonoros y aquellos viejos papeles que, olvidados o perdidos tal vez durante algún tiempo, vuelven a cobrar sentido, a uno le asalta la razonable duda de todo aquello que la ignorancia da de sí.


Caminante, son tus huellas el camino/ y nada más/ caminante, no hay camino/ se hace camino al andar/Al andar se hace camino/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar/ Caminante, no hay camino/ sino estelas en la mar/ Todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar/ pasar haciendo caminos/ caminos sobre la mar.


Uno también lee la nobleza de algunas palabras que parecen debatirse entre la advertencia y el consuelo y piensa por qué pueblan versos, aquellos papeles olvidados, por qué titulan barcos, o por qué quizá encienden el mar de los labios de aquellas otras que los dicen como recordando una vieja canción porteña.

Por qué existen los porqués sino existen las respuestas o, quizá, por qué debemos de ponernos en la tesitura de atestiguar que aquellas palabras son algo más que palabras. Estas mismas palabras, accidentales, veraneantes, santurronas, picaronas, azote de poderes o de sentimientos son el refugio de muchos de los que solamente disponen de papel y lápiz.


Una pequeña cuartilla en la que dejar reflejado los fragores de la batalla, un pensamiento que queda suspendido como los pajarillos en la cuerda de la ropa doblada, el último repicar de campanas. Las lágrimas que caen por una amada, las que son como un ramo de rosas que dejan caer su salado corazón sobre la tumba de un amigo en señal de duelo, una dedicatoria en una postal, en un trozo de cartón a alguien que espera que la lea. Palabras.

Unas reconfortan, nos hacen más fuertes, altivos, correosos para la muerte, otras débiles, nos reducen a la infinidad del tormento de ser tan pequeño en un mundo rodeado de aparente grandeza. Tiemblan los estadios del hombre, las palabras salen de las bocas, y tiemblan los corazones y las manos cuando agarran el folio poblado de una manada que barrunta y nos ataja lacerante.

También las fotografías tienen parte de culpa de todos los sentimientos que son capaces de captar y de poner frente a las retinas de quien se acerca a ellas. El archivo fotográfico de José Latova es el protagonista de la exposición fotográfica Crónicas de Retaguardia, un retorno al pasado a través de una colección de imágenes única de la guerra civil española (1936-1939).

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