domingo, 1 de junio de 2008

MIEDO


Tengo miedo. Miedo a tener miedo. A no desprenderme de este miedo absurdo y cruel. El miedo como tu compañero inseparable, como tu camarada y traidor consejero. Como tu mejor amigo entre bar y bar. Miedo como tú. Miedo como yo. Yo soy miedo. Yo aparto el aire centelleante y miedoso para no verte y huir. Para ver y huir de miedo. Para convertirme en miedo y escabullirme desnudo entre la lluvia. Para pasar frío. Para no pasarlo. Para ser indiferente a las tormentas, y a la soledad. Para no tener miedo un instante. Para tenerlo toda la demás vida.

Miedo ¿porqué eres miedo? Miedo por qué te hallas y desapareces cuándo te calzas de luto. Miedo, una vez más, ¿porqué? ¿A dónde se fueron tus respuestas? ¿Tras tu manta de sombras? ¿Sobre tus pliegues? ¿En tus costuras? Miedo, ¿qué forma tienes, miedo? Te escribo, entre dos lunas rotas, entre los meses partidos y perdidos de su singladura y nombre de esencia. Miedo, da igual que no me escribas. Yo sí lo haré. Vete con tu nombre puto y manoseado. Con tus ramas de sueños, alimentadas de limones relucientes y madrugadas acabadas. Miedo vete, miedo. Cómo suenas. Descalzo, libre, austero, prójimo, ágil, tortuoso, dúctil, redondo. MIEDO.

Tu miedo, el miedo de aquel que pasa anudado en una bufanda caminando firmemente pero a la vez agazapado en si mismo. El miedo de la gente, el miedo de las propias calles porque las habiten y no se queden solas una madrugada tan solo. El miedo cuando bajas del coche y sabes que otra noche has vuelto a equivocarte. El miedo que se hallan entre las gotas purpúreas de neón en los vasos de cristal a las cuatro de la mañana en un garito de mala muerte. El miedo por pensar que mañana será otro día y no quieres que lo sea. El miedo porque sea precisamente otro día y tú quieres que sea ayer.

Dilo, sí. Pronuncialo con tus labios enteros y apagados. Miedo. Entre el vino, entre tres puros, entre dos cigarrillos a medio consumir. Entre las manos temblorosas, carnosas y sembradas de venas. Miedo, entre tú y aquél de allá. Entre dos almas, o tres. A no contar con nadie. A contar contigo mismo. A contar contigo sólo. Miedo por querer y no ser querido. Miedo por sincerarte y hallarte en un penal sin pena.

A la soledad. Ahora que la soledad está sola...MIEDO. A todo. A quedar tumbado sobre una noble acera, apoyando tus mejillas sobre un charco ruinoso y un pavimento desolador. A mirar el mundo plano y vertical. A la altura. A mezclarte entre la gente y perder tu identidad. Miedo a emborracharme y ser otra persona. Miedo a no emborracharme y serlo igualmente. Miedo a escribir estas palabras y saber que una parte de mi mutó y se quedó entre ellas. Miedo a casi todo lo que no conozco y a todo lo que ya si me arrancó la piel. A la cama sola, al trabajo mecánico y desquiciante, a las miradas indiferentes, a la correosa entrada de saludos, a las despedidas, a tener el adiós en tus labios para siempre inmóvil. A no quedarte entre los demás, a quedarte y no hallarte presente....A sangrar nuevamente y cruzar la ciudad entre luces, felicidades y sonrisas.

Hasta siempre, te dejo estas líneas...¿Qué tienes? ¿Miedo?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nacieron hacia mí; del aterido crepúsculo que día a día estallaba sobre un pequeño vidrio. Purgaba una supuesta pena donde el silencio se desconoce. Lamentos nocturnos revestían los gélidos pasillos. Ahí, no existe el permiso, no existe el diálogo, no existe la justificación.

Sí, en aquél entonces, tres poderosos miedos nacieron en mí: Morir cuando me encuentre a solas sin una mano que le de quietud a mi último suspiro. Estar en lo más alto y caer por falta de humildad.
Y por último, sonreírle al diablo sin darme cuenta, como lo hacen los demás.

Excelente relato a tu interior, Javier. El miedo es complejo.

Un fuerte abrazo.

Blanca Nieves Covalles