lunes, 10 de noviembre de 2008

Colgado


Acabé por beberme todos los ojos de una ciudad
que a mi me parecía en ruinas.
Buscaba en cada portal una historia
y unos labios de güisqui sin tener que pagarlo.
Doble, sin soda, por favor.

Repicaba un campanario de risas
en las plazas atestadas de gente
y a uno le daba por escribir más
y más imaginariamente
y nunca anotarlo en un sucio papel
que hubiésemos perdido en el pantalón.

Aquí todos nos hacemos comunes:
la casa abandonada, las sábanas todavía
con un cierto 'rum rum'
pronunciando tu nombre en cada doblez
en que yo me movía,
el tabaco, la lámpara encendida de una noche incendiando
las voces de nuestras almas,
la soledad acabada,
las marcas de tus pisadas al salir de la ducha
sobre el parqué.

Y nos prometimos tantas cosas
que dejé de acudir a mi pequeña iglesia,
a su altar, a su párroco y su olor a sacristía
y encerado nuevo,
que no era más que abrir el armario
y ver todavía tu ropa colgada
sin usar junto a la mía.

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