domingo, 22 de marzo de 2009

No estoy preparado para escribir una novela


Bueno, pero no culpen al mensajero.
Todos tenemos algo que decir
aunque vivimos más que otros
y esos otros nos cuenten
nuestra propia vida en tres líneas.
Todos necesitamos contar algo:
nuestras propias miserias principalmente.
Hay otros que viven de engrandecer
su sombra,
de ponerse
al otro lado de la cerca:
yo soy otro.
La codicia es buena. Eso dicen y atajan.
Va por barrios. Mi barrio es mi verdad
creada en noches como esta.
Hoy es mi luna.
Y hoy, más que nada, soy el de siempre.
Al que le dicen: ¡chico tus letras son buenas!
(como si hablaran de una canción porteña)
Y es que el hombre está hecho de tópicos,
de papeleras,
de labios,
de versos,
de frases sin acabar,
de otras personas en definitiva,
aunque no nos demos cuenta.
El hombre entierra su propio muerto
cada noche en la cama
y vuelve a soportar cosas nuevas:
se renueva,
se viste,
mira al espejo,
coloca su cuello de la camisa
y aquella y la otra mujer serán su atino
o su desgracia, piensa para sí.
¿Qué hay de esa parte que muere en un rincón?
Nada, nadie se acuerda del de ayer.
Es otro, acostalado,
le da su recuerdo en el pecho,
pero vuelve a ser un anónimo habitando
un pequeño recinto amurallado.
El primer camino para la sabiduría
es la experiencia sin acabar.
Escrita en ningún sitio.
Por eso nunca llevo un papel donde pueda apuntar las cosas.
Cuarto de folio. Noche acostada. Larga. Larga noche.
No termina de cerrar.
Un boli desollando un papel como si fuera
ordenado por un sargento loco
sacando su pistola y disparando al aire,
Así me siento yo. Que dicen, que quieren decir,
como si necesitaran una musa
en un trozo de papel.
Pero vosotros necesitáis el dinero
y, especialmente, la bebida.
Yo necesito una soledad
a la que pueda llamar por mi nombre
y ni siquiera eso.
Como si siempre acabara de cerrar el bar
y una voz desde la despensa me pegara un grito
para que saliese del tugurio.
Apoyando el codo en la barra,
me incorporo, y lo hago con el gesto torcido
sabiendo que muchos me dirán
que se sienten reflejados
y nunca se han tomado una copa brindando
por la tristeza
y por la muerte de un saco de huesos.
Hoy rio sobre una mesa de tres patas
con todas las personas sin pulir:
aquí, el lado, con barba de tres días, pelo cano,
este tipo raro de acento extraño.
Allá, la otra mujer de madura edad,
que se viste entre semana con todas sus alhajas
para aparentar más, quizá.
Este mundo es raro y no me pertenece
y me siento partícipe de alimentarlo con mi anonimato.
Dejando un rostro de lo que fui
y sé que nunca volveré a ser.
Cada día restando arena al minutero
y viendo como desaparecen partes
aunque mi cuerpo diga lo contrario
y toque y haya todo tipo de curvas corpóreas de la desdicha.
Pero aquí me tienes con mi piel de limón,
sintiéndome un ángel.
Aquí estoy para ayudar a los demás
y destruirme cada noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El primer camino para la sabiduría
es la experiencia sin acabar.
Escrita en ningún sitio.
Por eso nunca llevo un papel donde pueda apuntar las cosas.
Cuarto de folio. Noche acostada. Larga. Larga noche.
No termina de cerrar.
Un boli desollando un papel como si fuera
ordenado por un sargento loco
sacando su pistola y disparando al aire,
Así me siento yo. Que dicen, que quieren decir,
como si necesitaran una musa
en un trozo de papel.
Pero vosotros necesitáis el dinero
y, especialmente, la bebida.
Yo necesito una soledad
a la que pueda llamar por mi nombre
y ni siquiera eso.




Javier, un poema realmente impresionante digno de estar
con el rombo azul, para mi....por encima del EXCEPCIONAL,
un abrazo, Tori.