martes, 14 de julio de 2009

A veces hay que pagar por una sonrisa


7 días, 7 noches
y dos papeles de fumar sobre la mesa.
Y algún cigarrillo mal liado.

Las faltas de ortografía
no importan en las noches
en que uno vuelve del infierno
de saludar a todos los mentirosos
todas aquellas personas abiertas
en canal
y le cuentan a uno un par de historias
buenas.
El puzzle de uno mismo
que se ha hecho mayor.

Uno apura el sentido de la inutilidad,
y de la vitalidad,
y cree que es
un genio por descubrir,
y tal vez lo sea,
pero solamente necesita
que las personas adecuadas
lo descubran.
Y cuando digo esto,
me refiero
a que las personas
que son diferentes
a los demás,
te inviten a una copa,
se acerquen a ti,
pongan dinero,
hablen bien de ti delante de otras personas,
sonrían y te presenten a otras personas,
aunque todo aquello sea la gran falacia,
un gran farsa
con una estupenda cara veinteañera.
Pero hay veces que uno
sólo cumple sus sueños.
a través de otras personas.

No es menos innoble,
ni menos malo,
ni más depravado.
Sino que simplemente
conjuga la raíz de la esencia
de varias existencias.
Pero uno tarda en darse cuenta
que las sonrisas ajenas
a veces cuestan dinero
y pueden parecer
que su profesión
no es la venta de coches
o de sueños.

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