
Sé que te gustan los cuentos
en los que existen las rosas apagadas.
Donde su fuero habita
y membrana riberas hasta su conjuntos.
Voy a dejar que me circunde
el estrecho de este silencio
que me desposeé de ti
y me otorga apellido de vino maduro.
Voy hacia el encuentro de una partida
en la que tu partiste ya
y no me enteré, empero,
por la guadaña en mi vientre.
Por eso quiero que atiendas
y te desintuyas de tus sentidos.
Que ardan los campos rosados
y se astille esta vida plenaria.
Aguarda mis mieses palabras,
pero no las tomes en serio.
Son, acaso, niña, el corredor
de mi locura por un amor no cotejado
y servido entre huertos e higueras.
Perdón, poeta.
Hoy, en que la noche levanta
su velo de oscura cara oscura
naci fraguado solo,
en la soledad,
con los ojos cosidos
con las cuerdas de un piano.
Tú diras:- ¡campo de avellanas
que llegáis tarde a mi encuentro!
¡He cerrado mis senos y mis cicatrices venosas!
¡Ya no os temo!
Yo si te temo, y te ausculto
tus ojos malvarrosas,
y te siento velada,
encaramada al patio de la morería,
esperando,
con el puñal violento y asesino
que me arranque de este fragua de sueños
y de mi camino.
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