lunes, 26 de noviembre de 2007

Soy otro Emmet Ray


En demasiadas ocasiones me siento como Emmet Ray. Un tipo algo duro, al menos en apariencia. Alcoholizado, solitario, solo comprensible por si mismo. Pero tiernamente real y descorazonado de toda supercialidad. Emmet Ray es un genio del jazz, un guitarrista magistral, sólo superado por el hombre que le obsesiona: el legendario Django Reinhardt. ¿Todavía no conocen la historia?

Woody Allen le dio vida. Es su padre. Su progenitor más absoluto de nuestras historias contadas a través de este totem. ¿Recuerdan? Pero padres tenemos muchos que narran nuestros reflejos y los hacemos nuestros cada vez que mordemos nuestro silencio y nos acogemos a nuestra soledad.

Sin embargo, en cuanto baja del escenario Emmet se convierte en un tipo arrogante, zafio y mujeriego que bebe demasiado y que disfruta disparando a las ratas. Por no decir las trasnochadas madrugadas en las que se tienden en la ribera de las vías del tren para que sus ojos sean sus únicos y testigos pasajeros. Sus ojos contemplando aquellas moles de acero y hierro son los únicos capaces de mejorar su vida presente y, en suma (y por definición), su vida corre plegada a estos raíles perennes.

Él sabe que es un músico de jazz con talento, pero también que su licenciosa vida de jugador y bebedor, su tendencia a meterse en problemas y su incapacidad para comprometerse le impide alcanzar la cima profesional y sentimental. Un día Emmet conoce a Hattie, una chica muda con la que comienza una relación demasiado seria para su gusto. Esto será un punto de inflexión. Su punto de encierro y final.

Creo que todos guardamos un Emmet dentro de nosotros. ¡Qué demonios! ¿Si no entonces por qué se graban las películas? ¿Deben contarnos algo o ser nuestro reflejo luminado? ¿Qué somos? ¿Qué son?...En fin, versos de palabras, solo versos...


Quizá invierta en mi
una cinta de regazos.
O me acote
y me reconvierta
en un anunciador de siglos
para que sigas conmigo.

Para ello he de agitar
mis pómulos anaranjados
y no ruborizarme
por deberme tanta parte de mi.

En mi, en mi
y conmigo sobre mis pasos
de aguacero que no caen
ni manchan de agazapados
sirvientes naturales.

Cuando vuelva al volver
y no lleguen nunca
bajo nuestras barbillas
las saetas de romance bajo
entonces tocaré tres planetas
y romperé los cascarones de cielo.

Me recogeré sobre mis hombros
y escribiré algunos versos
en mi Hispano Olivetti.
Tomaré un rumor de pasos otra vez
y una taza de café.
Solo, por favor.

Callaré hasta que el silencio
tensé sus estambres ajados de amuletos.
Perderé una estrella
y mil constelaciones por descubrir
y ser nombradas
si hace falta
y piden mi cuerpo otoñal
aquejado de otras manos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen poema.. con una introducción algo extensa... Pero me ha gustado. Poco a poco.

Un abrazo.

aris.