miércoles, 2 de septiembre de 2009

La mujer que ha de venir


Aquel libro que empecé
escribiendo unos versos
en las copas sedientas de labios azules
Son hoy letras, pergaminos
de una indiferencia disgregada
y hecha añicos
en una ciudad lejana,
arrabalera
con su puerto y su mar azucarado
que construyó sus caderas
sobre los vientres migrantes,
vencidos con un estoque de plomo
por arrojar nuevos mundos
a los ojos
de niños pobres.

Aquella ciudad y aquel libro
que crecía en un palmeral de letrinas,
que dejé olvidado en un café de la Plaza de Bilbao
se llama hoy:
Escritos para la mujer que ha de venir.
Con el llanto justo,
con la lágrima en el costado de las rosas,
sonriendo al deceso de las aceras,
añorada y dejando ver
los terribles corazones
que en ella depositaron
los cirujanos de los amantes
en la noche de su suicidio.

En la noche donde las almas
sueltan las correas,
expulsan sus vendas,
escalan el alto andamiaje
de una madrugada barrida de alfileres
y nos permiten ver,
a escasos centímetros del ocaso,
el fulgúreo cuerpo inviviente
color café
donde la muerte viene
a depositar su reguero de sellos malherido,
sus labios de tinta corrida
en mis labios quebrados de cataratas.

1 comentario:

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

"Yo sé que vienes, que vas llegando ya..."

Vendrá. Putón