martes, 15 de septiembre de 2009

Tensar


Tiempo.
Mirar al infinito
es el caballo de la ausencia.
La pregunta engreída
riéndose en el patibulario.
La mañana levantada pronta, cordial, sincera,
indeleble sobre una piel de pomelo
abierta en canal que no deja de murmurar
sobre una jodida guerra.

Ayer mi propia batalla
fue levantarme sobre el pleno sudor
y notarme separado de los brazos
abrazando una tortura enajenada,
el cabello de una mujer vieja,
como los viejos soles
que se niegan a aceptar su grito estentóreo
sobre los pasillos de la fantasía arrinconada.

Ayer, sobre el folio, cada día,
donde una mujer que no es mujer
viene a recordarme que sus cabellos
están sobre la cuartilla,
que la verdad,
la propia verdad en que cree uno,
hace dividirse al hombre en su dialéctica:
¿qué soy? ¿qué permanece en mi?
¿quién hace caer los cuerpos sobre las tierras
de los fusilados?
¿por qué estos cuerpos
que viajan como baladas mientras mueren
y mueren y dejan el calor de la sorpresa
como un fotograma?

La mujer acaba de dejar
su vestido invisible
y

cae cae cae

lentamente

de la silla.

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