jueves, 3 de septiembre de 2009

Residiendo en la reserva


A veces empieza uno escribiendo sin ganas. Otras pueden consumirte los propios demonios y aflojar la paciencia hasta volver a tensar una falsa cuerda. Por lo que no es menos evidente que se termine poniendo las comas y los puntos incorrectos. También sobre falsas íes. Es curioso, pero con el paso de los años te recuerdo más por cómo te vas, que por cómo solías venir. Nadie hubiera adivinado nunca que eras una mujer de no haber sido porque tras tu suspiro redondo y tus labios uniendo sus imposibles parecía cambiarse una geisha tras un biombo sorprendida. Como si la hubiera cogido desnuda en el momento de abrir la puerta y pasar a su salón. Y tengo grabadas tus facciones planetesimales que se diluyen en una imagen lejana. Pero, por encima de todo, tu movimiento de caderas al irte.

Puedo admirar e incluso intentar trazar tu sonrisa con la mano en el espejo, tu sonrisa en una felicidad que casi parecía perversa pero humilde. Es decir, sonriéndome, aunque de eso ha pasado ya mucho tiempo. Pero lo que de verdad me golpea en las sienes unos días sí y otros no es verte alejarte unos metros enfundados en kilómetros, abrir la puerta de tu coche y cómo flexionabas las rodillas para encajarte en la caja de la muerte bañada de color azul que te habría de llevar lejos.

Por eso tengo ese pensamiento juvenil. “Aquel poema de la infancia. Aquellas chiquilladas que deberían de quemarlas”, diría otro firmante. Aún me dura, caídos ya unos meses sobre el calendario. Y creo que por algún motivo lo tendré grabado mucho tiempo. Una franja intemporal de la que ya no es posible hablar con el minutero en la mano. Hay que dictar sentencia así, con el hombro por hacha, con los ojos como grandes zanjas en una Gran Guerra, con los fusiles cubiertos de barro. No es posible, no, hablar de las cosas materiales en un mundo que me ofreciste de siluetas. Otros recuerdos solaparán tus recuerdos.

Y, con todo, dejar el bolígrafo es fácil, al menos relativamente. Alejar el papel, no tanto. Pero no poder decir tu nombre por un pudor crecido en el talonario de un joven casi mamando nuevamente su niñez es algo que me atormenta, mientras me duermo, tal vez en un sueño creado por alguna máquina del futuro, en tu boca en medio de una gran carcajada.

1 comentario:

azul posible dijo...

Me encanta la mixtura de tu verbo, esa flexible cadencia que te pendula de prosa a verso, y en donde se funden tantas sombras, tantas luces, el puente que conecta -casi diáfano- el cielo y el infierno.
Me impactó especialmente el último verso, sabes? al final acaba uno asimilando la existencia de un eterno retorno al momento primigenio (con y sin demonios).
Un abrazo [de niña-Chandra a niño-Javi y para que nunca te de por quemar las chiquilladas eh! ;)]