martes, 22 de enero de 2008

ANTES DE LA PALABRA, TÚ


Jugando con las palabras, apurando las ajenas. Las escritas por Ismael Serrano y otras enhebradas como un chiquillo por mi. A ti, aunque nunca me leas ni me mires nunca más de frente. Sabré acorralar los silencios que truenan, la risa que se posa en la mía y queda muerta.
A ti, para cuando mis labios vuelvan a ser mi asesino y mi cruel suicida y vuelva a nombrarte.


A ti, para cuando te hallan llevado lejos o estés por llegar. A ti, ¡demonios!, a ti por cuanto se van las edades y la juventud cada vez que te pienso. Y a mi por cuento velo por algo que no tengo...


(...Ella luego te traía a mis manos.
Mi sangre pasaba con su luz por mi boca.
Y yo entonces estaba hablando con alguien
y arribaba el momento en que tu nombre
con mi sangre pasaba por mi labio.

Un instante mi labio, por virtud de su sangre
sabía a ti, y se ponía dorado, luminoso:
brillaba de tu saber sin que nadie lo viera


Oh, cuán dulce era callar entonces, un momento.
Tu nombre, ¿decirlo? ¿Dejarlo que brillara, secreto, revelado
a los otros?
Oh, callarlo, más secretamente que nunca, tenerlo
en la boca, sentirlo continuo, dulce, lento,
sensible sobre la lengua,
dejarlo pasar al pecho de nuevo,
en su paz querida, en la visita callada
que se alberga, se aposenta
y delicadamente se efunde.

Hoy tu nombre está aquí.
No decirlo, no decirlo jamás, como un beso
que nadie daría,
como nadie daría los labios a otro
amor sino al suyo.)

Historia del corazón, VICENTE ALEXAINDRE


Os dejo mi poema:


Si yo canto para recordar
y para saber que aún seguimos vivos
tú tienes que existir,
aunque piense que por soñarte
recuperaré el candor del vuelo
de unas alas rotas, princesa.

Aunque sea mozo
y noble gozo de la libre paloma
para venderme y caer,
siempre donde mi libertad prefiera,
debes de existir, princesa.

¿Quién va a ser mi dueño
cuando ardan las barras de bar?
¿Quién apostará sus mejillas de cera
sobre las mías?
¿Quién te hará preguntas estúpidas
y te hablará con unos codos ebrios?

No te busco princesa:
te he encontrado
porque he seguido tu rastro
de coronas, templos, altares
y pisadas sobre la crujiente
y agrietada nieve.

Tus pequeños pies,
fulgor de la rosa inquietantemente vacía
y encadenada,
han llenado tres mundos, tres.

Y cuatro cofres australes,
con sus días y sus noches,
de pobre vino que has llenado
de uva quemante.

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