viernes, 11 de enero de 2008

PÓRTICO DE NOCHEBUENA, FIDELA


El bosque se mece en soledad
por un tibio empellón estival de cristal.
Los trenes descuelgan las catenarias asesinas
sobre los raíles plenos de viajes sin tregua.

Los árboles se rebelan,
alzan sus puños venosos,
carnean su ira de brotes desenfrenados
por los matorrales espinosos
que arañan a los lobos.

Secos, batidos en alas rotas
desbordan los campos en ciernes y enclaustrados
con sus octavillas de sierra
que dejan caer sobre la afeitada llanura de piedra.

Una mujer enlutada de blanco
deja de oler la sangre escamada
de la montaña resuelta en relámpago dormido.

Los establos crecen diminutos y mudos
entre los meses exiliados
que se escurren entre un cielo partido
en dos mitades calaveras.

Las cartas perfumadas de los amados
desfilan en fila india;
atisban y gobiernan los cuatro puntos cardinales,
retornan aladas
y cascarillean de oriente a occidente
los sultanes de caballos dormidos
en el fondo del mar.

Otra mujer desnuda en temblores
espera al norte de Véneto
en una estación victoriana olvidada,
mientras los bancos caen
en sus opacas patas
de madera afilada por el viento.

Una anciana se encorva
en su tosca silueta de arena
para recoger los clavos de su ataúd.

Uno río de hombres con anillos de sellos,
adherido de azogue lunar,
retuerce sus piernas estañadas.
La capilla de la basílica vieja
centellea sus arbotantes
y deja que los ladrones de guante blanco
cepillen sus dovelas amansadas de rabia.

El rosetón clarea
y recuesta su espalda burbujeantemente pervertida
sobre una luciérnaga de incienso verde.

¿Quién invento, ángel de luz de reo,
los colores sin tonalidades?
¿Qué grises, qué respuestas,
y qué preguntas desatan cada alba?

Dos jinetes llenan sus recipientes de estuco
y derraman una copa de vino
sobre los apellidos de cuba nogalesca,
a la par que una raza de lugareños por nombrar,
catapultada en la sedición
de hilos enebrados en acrílicos,
entonan música cíngara a orillas del Danubio.

El barquero de la sinagoga
aspira un silencio de silencios
para que no lleguen los moros
a la platea de Judea.

Ora sepulta cadáveres
de orfebres lunas resueltas en acacias...
Ora acaba sus días y sus noches
en una pantanosa laguna de plomo...
La nochebuena se suicida
en la copa de un naranjal
y allí brota tu piel de limón pálida
un día tal 24 de algún año...

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