sábado, 19 de enero de 2008

PENSARTE


¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
más brillante que el alba, más hermoso que el abril!


"Calla, calla, princesa --dice el hada madrina--;
en caballo con alas, hacia acá se encamina
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
que llega lejos, vencedor de la Muerte,
encenderte los labios con un beso de amor."


Prosas Profanas, 1986, Rubén Darío


Os dejo mi poema:


¿Dónde hallarte,
dónde empezar a buscarte de nuevo?
Llámame loco,
cuerda locura
que tiende a salpicarme
de una corazonada de humildad.

Es una tensa aparición de conciencia.
Se revela como un beduino
a altas horas de la noche en un desierto
para dar la sepultura a los sultanes de Oriente.

Para qué volver
a atajar las riendas
de los mapas perdidos de tu cuerpo.
Para qué nombrarte
si me deshago entre tu boca y la mía.

A veces pienso que las cosas pasan rápido.
Otras, que detrás de todo está mi huida.
Una huida que pisa sobre sus centellas el lomo.
Una huida que no tiene otro nombre que el de huida
y tras el cual no hay nada más que la desbandada.

Son celdas con rejería de oro, crines vigorosos y altivos,
imperiosas enrededaderas de cándida luz celeste...
Todo, todo, me recuerda a ti, luna mía.

Estabas llena de motivos árabes,
captabas la resonancia de los ecos
entre las noches de mis palabras...

Eras tanto como esa niña que dice ser mía
y ahora te vas,
y ya no me acuerdo de tus labios puros,
frescos, enteramente recortados
por una silueta de jazmines.

Detrás de cada espera siempre has estado tú.
Pero ahora yo tiendo a castigarme
por cómo pude gobernar mis silencios,
mis pequeñas y caladas manos,
mis ojos al posarse en cada labio tuyo,
mi pecho contra el tuyo,
mis adióses esperando un guiño de tus ojos,
tus cabellos que escalan los rayos del sol.

En fin, debo despedirme
con la amargura total
y la distancia del que sabe
que algún día volverás a estar
en mi temblante boca.

Soberanamente adormecida tras la lengua,
con los gestos ya pensados en cómo prepararme
para escuchar de nuevo "¿hola, qué tal estas?"
O quizá eso y nada, o todo a la vez
vuelque su teclado de marmórea acidez
y estalle en mí la cólera del que no puede
empujarse más hacia el abismo de tener más detalles.

En cualquier caso, sueño que volverás húmeda, rezumada,
pálidamente bella y murmuradora,
y, aún así, volverás a hacerme daño con solo tocarme.

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