miércoles, 9 de enero de 2008

CUENTO DE NAVIDAD (PARTE III)


Aquí tenéis la tercera entrega del cuento de navidad que estamos dando a luz los compañeros y yo. Como si fuésemos cada uno pequeños padres nos sentimos orgullosos de este también pequeño haz de escritura. La segunda parte la podéis seguir pinchando aquí para los que no la hayáis leído...http://conuvedeverso.blogspot.com/2007/12/cuento-de-navidad-parte-ii.html .

En esta ocasión, el texto pertenece a Paloma Palazuelos, una chica sencilla y con una templanza que en sus ojos se adivina....Espero que os guste....

Si alguien se atreve a ser feliz...Que cada cual se atreva a lo que desee. Creo que quiero perderme de nuevo...La ciudad se ha llenado de preguntas que le suenan extrañas. Todo lo que debería salvarnos se ha convertido en su contrario y el individuo se estrella en mil y una paredes: el amor ya no hace volar, obstruye.


No se reconoce a los hijos, asfixia. Cuando ninguna carne nos corresponde, dejamos de vernos. Y es que es lo más normal del mundo padecer la soledad en Navidad. Demasiada piel quemada. Pero de la misma manera que olvidas cómo diablos se respira, un pálpito te devuelve a la vida. Poco importa su procedencia: una palabra amable, un pincho de tortilla exquisito, que no se te olvide el paraguas.

Quien soñaba con ser escritor dio un salto de la cama. Dejó de observar el cielo desde su buhardilla para llevarse a un paseo bajo su abrazo por las calles de Madrid. Tal vez fueron más de nueve horas las que se pasó deambulando por la ciudad. Ni siquiera tenía algo en mente. Por primera vez desde hacía años no se inclinaba a reflexionar sobre esto o aquello.


De algún modo, decidió actuar. La idea de que nadie le esperara en casa, de repente, le pareció un alivió en lugar de un pesar. Hasta podía decirse que estaba alegre. En mitad de esa fiesta que sólo él celebraba y que nadie se había ocupado de organizar se tropezó, de la manera más tonta, y tuvo que sentarse un rato en el primer banco que encontró en su camino.


Estaba en la plaza de San Ildefonso, doliéndose, a la par que soltando un par de risitas por el incidente, cuando se acercaron una mujer y su hija que habían parado a comprar un par de porciones de pizza en un puesto callejero. Habían presenciado la caída del joven escritor mientras pagaban y no pudieron evitar acercarse para preguntar si necesitaba ayuda. Cuando levantó la mirada y se encontró con ellas, se sorprendió a sí mismo diciendo:

-Estoy mejor que nunca, no ha sido nada.

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